CRÍTICA DE CINE

'La reina Victoria y Abdul': rutina monárquica

El filme carece del impulso visual que Stephen Frears tuvo hace tiempo y que ha ido perdiendo con los años

Quim Casas

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Sin convertirse para nada en un director monárquico, Stephen Frears, otrora fustigador del gobierno Thatcher con títulos como 'Mi hermosa lavandería', 'Sammy y Rosie se lo montan' y 'Ábrete de orejas', ha realizado en los últimos años sendos filmes sobre la monarquía británica. Abrió el fuego con 'La reina', retrato de la reina Isabel centrada en sus relaciones con Tony Blair después de la muerte de Diana de Gales. Sigue ahora con 'La reina Victoria y Abdul', esta vez en torno a la amistas de la reina Victoria y Abdul Kharin a finales del siglo XIX.

Judi Dench, actriz que llena espacios e imágenes con su sola presencia, ya había trabajado con Frears en una película de raíz teatral, 'Mrs. Henderson' presenta. Aquí vuelve a desarrollar una escenificación más cerca de la dramaturgia que del cine. Porque se trata de una película esencialmente de personajes, dos, y de texto, variado y rico. Pero carece del impulso visual que Frears tuvo hace tiempo y que ha ido perdiendo con los años.

La relación entre Victoria y Abdul, quien comienza siendo un servio y termina convirtiéndose en secretario personal, amigo íntimo y confidente, sirve también para ilustrar el conservadurismos de la Casa Real (en cualquier época) y la necesidad de hallar un cierto espacio de libertad en la existencia, rutinaria, de la realeza (también de cualquier país). Pero no alcanza a ser un filme atemporal, universal. Vestuario, diseño, fotografía y actuación están al servicio de una idea ya superada del cine de calidad.