Gabriela Guerra Rey, la ladrona de historias de una bahía con aroma a sal

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Gustavo Borges

La cubana Gabriela Guerra Rey reconoce en una entrevista con Efe que está obsesionada con el acto de hurtar vivencias de la gente, para luego convertirlas en ficción, cuando se dispone a viajar a España para presentar su novela "Bahía de sal".

"Soy una ladrona de historias de quien me las quiera contar; les agrego mis experiencias y entonces las escribo", dice Guerra Rey, residente en México y ganadora del premio Juan Rulfo.

La novela, publicada por la editorial Huso, cuenta en 42 capítulos cortos la vida de una niña en un lugar inspirado en el pueblo de Regla, en las afueras de La Habana, donde la escritora creció en los tiempos del llamado periodo especial tras el derrumbe del campo socialista.

"Mi prima Yenny me detalló sus recuerdos en una localidad de Ciego de Ávila, centro de Cuba, y con otras mías y de amigos armé el ambiente de un lugar al lado de la bahía de La Habana", comentó.

Hace dos veranos Gabriela recordó el primer beso de amor de su vida. Tenía 14 años y, en el Liceo de Regla, un adolescente militar de piel blanca recorrió sus labios. Entonces escribió un texto íntimo llamado "El joven soldado" y, aunque no lo sabía, ese día empezó su novela escrita desde el dolor.

"Iba a ser un cuento, un homenaje a Roberto Carlos, mi primer novio, un niño alto de cabello oscuro que un tiempo después, mientras hacía guardia en el Servicio Militar, se metió la escopeta en la boca y se voló los sesos", cuenta.

Esa historia primaria fue el capítulo 17 de la novela que comienza cuando una niña se pregunta para qué salir del pueblo si allí tenían todo: fiestas, ceremonias, sectas, sociedades secretas, altares, y hasta una virgen cuya iglesia estaba deshecha, pero era la segunda más importante del país.

Con un estilo directo, la autora relata la Cuba de finales del siglo pasado, el día a día de los cubanos de entonces, las piruetas de la gente para alimentarse y sobrevivir y cómo la pretendida sociedad perfecta se cayó en pedazos.

"Sin pedir permiso, sin saludar o sentarse a escuchar a la abuela en sus eternos reclamos a Dios, la crisis entró por la puerta de la casa, aun con la aldaba echada", dice el libro.

"Mi primer recuerdo fue en la escuela, dijeron que estábamos en el periodo especial en tiempo de paz. Mi madre fue más clara cuando me reveló que quedaban cuatro latas de leche condensada y después no había más. Eso fue la caída del socialismo para una niña de 10 años como yo", confiesa.

Estos tiempos difíciles le dieron, sin embargo, "Bahía de sal" y una manera diferente de ver la vida. "Llevo cicatrices, mas no me quitan mi lado de cubana", comenta.

Viste un vestido rojo que combina con un hermoso pelo azabache, sonríe fácil y a veces sus pícaros ojos parecen querer incorporarse a la conversación. Con ellos mira fijo a quien le hace preguntas y desvela algunos de los secretos de su proceso de creación.

"Jamás me enfrento al temor de la página en blanco que obsesiona a los escritores. Mi miedo es no tener tiempo para escribir lo que tengo dentro", cuenta.

No le interesa la política, pero en la novela se refiere al hombre omnipotente del país. Es una alusión a Fidel Castro, a quien pinta como un patriarca que nunca morirá.

"Necesitaba contar el sentimiento de vivir con un dirigente que dirige tu vida, no me importa si es Fidel o Raúl. Yo creo en la democracia y ningún país merece un Gobierno de 60 años. Fue una de las razones por las cuales emigré, quería libertad para vivir, para equivocarme", señala.

Gabriela Guerra Rey sabe bailar, pero no tan bonito como debería una cubana, a veces toma ron y ayer le puso una vela a la Virgen de la Caridad del Cobre.

A sus 36 años otra cosa le quita el sueño, conocer muchas personas para que le cuenten las historias y entonces poblar mejor su mundo inventado.