UN GRUPO LEGENDARIO

Flamin' Groovies: fuera del tiempo, 'baby'

La banda pionera del power pop, siempre ajena a las modas, visita el Altaveu de Sant Boi

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zentauroepp39992190 icult the flamin groovies foto anne laurent170908095933 / ANNE LAURENT

Kiko Amat

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Hiroo Onoda era un soldado japonés estacionado en una isla del Pacífico que se negó a rendirse en 1945. Escapó a las montañas y vivió de plátanos, cocos y reses robadas mientras continuaba con sus acciones de sabotaje. Los americanos lanzaron sobre la isla pasquines en que informaban del fin de la guerra, pero Onoda los ignoró. Vivió de este jaez, bebiendo sus propios orines y esperando la victoria del eje, hasta 1974. Tuvieron que enviar a su viejo oficial (ya retirado) para obligarle a deponer las armas.

Les cuento todo esto (que vi ayer en 'Fargo 3') porque la historia de los legendarios Flamin’ Groovies comparte similitudes con la del nipón majareta. La banda empezó en 1965 en San Francisco: la fundaron dos pirados del beat británico y el rocanrol arcaico, Cyril Jordan y Roy Loney, en sintonía con el 'zeitgeist': flequillos a media nariz, botines proxenetescos y pintándolo de negro, nena. Sin embargo, para cuando sacaron 'Sneakers', su primer EP, en 1968, su estilo criaba liquen. El primer elepé, 'Supersnazz', de 1969, llegó cuando hacer ye-ye-yé y rang-rang-rang adquiría tintes grotescos, pues el resto de bandas erigían dobles álbumes sobre niños muditos. Cuando sonaron las campanadas de 1970, empeñarse en seguir twisteando como se hacía el pasado verano era una muestra clara de enajenación mental.

Los Groovies siguieron, impertérritos, con su filosofía de 'chifla-chifla-como-no-te-apartes-tú'. Durante el "largo y melenudo invierno del rock de elepés" como lo llama Simon Reynolds, la banda rehusó aceptar que los tiempos estaban 'a-cambiando'. Llegaron a 1971 con su receta intacta (Beatles-Stones-Byrds), ignorando los pasquines -o listas de éxitos- que les instaban a pasarse a cualquier otro género en boga. Roy Loney se largó aquel año, tras el rotundo 'Teenage head', pero en su lugar no pusieron un sintetizador. La entrada de Chris Wilson, nuevo cantante y guitarrista, solo consiguió petrificarles en 1966 de por vida. Si antes iban tarde, ahora iban temprano: empezaron lo que se vendría a llamar power pop (coros, Rickenbackers, Who, 'modismo') cinco años antes de que se impusiera.

Un 'timing' impecable

El quinteto vivió de cocos, plátanos y reses robadas hasta que Sire Records les sacó 'Shake some action' en 1976. El elepé contiene dos de las mejores canciones de música pop de la historia: 'Shake some action' (a lo Who-Kinks) y 'You tore me down' (a lo Byrds-Beatles). Y sin embargo se congeló en un oprobioso #142 del 'hit parade', porque la guerra del beat había terminado (pretendo seguir con la metáfora japonesa hasta que se me lleven los loqueros) y su sonido solo interesaba a un millar de friquis con asperger. Daba igual: Wilson y Jordan echaron a un par de miembros, cogieron a otro par, y todo para continuar igual, como en un relevo de ministros franquistas. Siguieron dos álbumes ('Now' y 'Jumpin in the night': los dos imperfectos, con versiones sobreras pero también 'hits' inapelables), y la banda se disolvió en 1979, justo cuando su estilo se ponía de moda y la nueva ola (de inspiración 'sixties') arrasaba el Top Ten. El 'timing' de los Groovies: siempre impecable.

Pero un reloj parado da la hora dos veces al día, como dice el cliché. Del mismo modo que mis peinados horribles van a la moda cada diez años, la banda ha sido celebrada e ignorada varias veces desde entonces. Lo que, inevitablemente, ha originado reuniones más o menos honrosas y algún que otro disco recalentado al microondas. Los Flamin’ Groovies pasaron por Barcelona en un par de fugaces giras de 'revival', y este ajado fan los vio en sendas ocasiones. La primera vez fue en 1987, fiestas de La Mercè, y los vi en frío, antes de haber escuchado un solo disco. Me gustaron, pero seamos sinceros: yo tenía 16 años y nunca había salido de noche: me habría tragado hasta un ahorcamiento. La segunda ocasión fue en 1994, bajo el apelativo de Ex-Flamin’ Groovies. Tengo recuerdos neblinosos de aquel evento, pues en aquella época a mí me gustaba el pipiribipipí, de la bota empinar. Pero Rafa Tapounet, fiable redactor de este diario, me asegura que fue un "conciertazo". Debió de serlo, porque existe una foto en que se me ve abrazado a Chris Wilson como si fuese un hijo emigrado, yo bañado en sudor y bizqueando, él buscando con ojos aterrados a algún agente de seguridad.

Solo el cielo sabe lo que la nueva encarnación del grupo (con Wilson-Jordan) dará en el festival Altaveu de Sant Boi este 9 de septiembre. Pero hagan lo que hagan, siempre nos quedarán las canciones: 'Way over my head', 'Slow death' y, cómo no, 'Shake some action'. Un himno juvenil tan emocionante y perfecto que no lo estropearía nadie. Bueno: casi nadie.