CRÓNICA
Ana Moura, 'saudade' de la 'saudade'
La cantante portuguesa exhibió poder y carisma en el recital que cerró el Festival de Fado
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto / Barcelona
Tras la vivificante ortodoxia de Carminho, el Festival de Fado de Barcelona culminó su primera edición, este domingo en Barts, mostrando otro modo de entender el género desde una perspectiva moderna. Ana Moura está igual de apegada a la caligrafía vocal fadista, pero su mundo acoge otras sonoridades y formas de canción, con su sello interpretativo hondo y de tonalidades graves en primer plano.
Su penúltimo disco, ‘Desfado’, que presentó en Apolo hace cuatro años, la mostró ampliando su imaginario de la mano del productor Larry Klein (Joni Mitchell, Madeleine Peyroux), alianza reeditada en su obra más reciente, ‘Moura’ (2015), donde funde su naturaleza fadista (piezas como ‘Moura encantada’, elegida para abrir la noche) con composiciones que se adentran en un territorio de canción interiorista: ahí estuvieron ‘Ai eu’ y ‘Tens os olhos de deus’. Si, el sábado, Carminho se presentó arropada por un trío fadista clásico, a Ana Moura la acompañaron tanto las guitarras, clásica y portuguesa, como el bajo eléctrico, los teclados electrónicos y la batería.
Mística y baile
En sus incursiones extramuros del género pudo lucirse como intérprete sentida invitando a pensar que los modos fadistas son compatibles con los moldes de la balada emotiva contemporánea, envuelta en cierta mística aportada por las capas de teclados. Pero, como ocurre con la mayoría de voces de su generación, Ana Moura quiso demostrar que la cuna fadista no la habilita solo para cantar a las penas del alma. Antes de abordar el vivaz ‘Fado dançado’, explicó que este género “en el siglo XIX se bailaba y fue después cuando evolucionó hacia la canción más triste”. En esa línea fue otra canción del último disco, ‘Dia de folga’.
Ana Moura quiso demostrar que el fado en su origen no solo cantaba las penas del alma
Así que Ana Moura moduló el recital encontrando los caminos que unían la melancolía y el ánimo desenfadado en ese terreno de sentimientos encontrados, no del todo categóricos, propio del fado. En su versión más apegada a las raíces, se quedó a solas con ambos guitarristas para abordar una aplaudida ‘Maldição’, pieza del repertorio de Amália Rodrigues, al que regresó en el tramo final con ‘Valentim’.
En el otro extremo hubo un tramo de improvisaciones filo-jazzísticas, solo de batería incluido. Fue el único momento en que el país del fado quedó fuera del alcance visual. Por suerte, volvió rápidamente a él y culminó la sesión con arrebatadores asaltos a dos canciones que hablan del enganche emocional, casi un trastorno, que comporta el género fadista: un clásico, ‘Loucura (Sou do fado)’, y su éxito ‘Desfado’, resumiendo así el embrujo que un día la poseyó y que ahora tan bien transmite al público.
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