CRÍTICA DE CINE
Crítica de 'Dunkerque': no hay lugar seguro en la guerra
Christopher Nolan se desnuda a sí mismo para plantear de forma admirable un relato minimalista y epidérmico sobre la supervivencia en un conflicto bélico

Quim Casas
Quim CasasPeriodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
QUIM CASAS
Ahora parece que Christopher Nolan ya no es un director tan importante como antes y incluso se cuestionan sus tres películas sobre Batman. Se le critica por ampuloso y de repetirse mucho –signo, a veces, que convierte a otros en autores súper reputados–, y se discrepa de su forma y de su contenido trascendente. Pues con 'Dunkerque', el realizador británico se desnuda a sí mismo de toda tesis ambiciosa ('Origen', 'Interstellar') para plantear de manera precisa y admirable un relato minimalista, epidérmico y hasta cierto punto simple sobre el ejercicio de la supervivencia en un conflicto bélico.
No recuerdo ninguna otra película que haya mostrado de una forma tan rotunda que en una guerra nunca hay un lugar seguro, sea en la ciudad, la playa, un barco, avión o cualquier refugio improvisado; tampoco en el mar, donde una gran mancha de aceite con un avión derribado a punto de caer se convierte en algo tan mortífero como un torpedo lanzado desde un submarino o una ráfaga de metralla. Centenares de soldados británicos esperan en hilera ser embarcados en los buques atracados al lado de un espigón tan rectilíneo como la línea que conforman los hombres en quietud. Pero, ¿estarán a salvo cuando dejen la arena bombardeada por los alemanes para encerrarse en un barco igual de frágil e inseguro que la tierra firme?
El montaje en crescendo musical de Nolan y su elaboración de clímax precisos, dentro del clímax general que es todo el filme, alcanza aquí rango de ascesis. La música constante de Hans Zimmer incomoda y nunca sublima, porque no hay heroísmo alguno en esta película que reinventa el género bélico; solo hay voluntad de sobrevivir. El énfasis sonoro corresponde a una idea artística que podrá gustar o no, pero nunca ha dejado de ser coherente. Nolan se expresa así, y su dominio es absoluto, que no absolutista.
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