CRÓNICA DE FESTIVAL

Un Cruïlla a todo color

El segundo día del festival vive una fiesta relajada tras la multitudinaria jornada del viernes, con récord de 25.000 espectadores

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JUAN MANUEL FREIRE / BARCELONA

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Tras la jornada multitudinaria del viernes (25.000 personas: cifra tope y récord), el Cruïlla se presentaba ayer algo más transitable: como ese festival agradable que, según dijo su director Jordi Herreruela en estas páginas, quiere seguir siendo.

Exquirla, proyecto conjunto de Niño De Elche y Toundra, fueron de los primeros en moverse bajo el sol abrasador. Lo suyo es, apropiadamente, una amalgama abrasiva de cante sui generis y post-rock apocalíptico, ejecutada esta tarde con toda la entrega que se esperaba. O incluso un grado extra. Escalofriante, como el momento en que Benjamin Clementine abandonó el escenario Time Out porque parte del público no quería estar de pie y al sol, sino sentado a la sombra. Por suerte, regresó e hizo un generoso avance de un segundo álbum que presenta la mezcla de chanson, jazz y clásica de Clementine en versión bastante esquiva.

Más directo y a la encía se mostró Little Steven en el arranque de su actuación: una gran familia (sus Disciples Of Soul son 14, entre metales, coristas y demás) defendiendo un rock’n’soul de sabores vintage y, a veces, claros dejes springsteenianos (Steven toca con la E Street Band). Subían con ellos el ritmo y elemento festivo del día; más todavía subirían (o eso se esperaba) con los 'shows' de Pet Shop Boys y The Prodigy.

LA JORNADA DEL VIERNES

El viernes, el ritmo había tenido un nombre: Youssou N’Dour. En principio, el programa del Cruïlla está diseñado como una celebración que pasa, a nivel rítmico, de menos a más. Y de hecho, entre el público del escenario Time Out a media hora de la tarde había gente preparada para precalentar, no darlo todo, por ahora. "¿Este escenario tan grande para un pavo solo?", preguntaba un hombre de cierta edad a otro más joven. "¡Ni que fueran a salir Los Inhumanos!".

El pavo supuestamente solo, Youssou N’Dour, acabó saliendo al escenario con 12 personas más, incluyendo una nutrida sección de percusión, dos coristas… Y en lugar de prepararnos para la fiesta, quiso ser La Fiesta. Se sirvió de su particular versión del mbalax (música popular senegalesa), abierta a múltiples influencias, como los sonidos latinos en 'Be careful', corte estrella de 'Afrika rekk' (2016). Del fondo de catálogo extrajo '7 seconds' o 'New Africa', que presentó como "una canción dedicada a África, pero no la que conocéis aquí, sino el África positiva".

En paralelo a N’Dour, la cantautora folk Ani DiFranco lanzaba también sondas de optimismo político desde otro de los escenarios principales. Solo con acompañamiento de batería (del excelso Terence Higgins, gran músico de Nueva Orleans) y contrabajo, DiFranco no parecía hacer el suficiente ruido para captar la atención general. El guitarrista Luke Enyeart se sumó a la altura del clásico de los 90 'Napoleon' y la vocalista Chastity Brown con 'Even more', y el sonido se hizo más denso y se relajó el ambiente de gallinero. Así pudimos oír su presentación de 'All this' como "una canción sobre la resistencia, algo que necesitamos de donde yo vengo".

ESCAPISMO 'INDIE'

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La primera apuesta por el escapismo puro y duro vino a cargo de Two Door Cinema Club, con los que el Cruïlla se convirtió momentáneamente en festival 'indie' estándar. Empezaron engarzando clásicos festivaleros como 'Cigarettes in the theatre', 'Undercover Martyn', 'Do you want it all' y 'This is the life', para atreverse luego con material nuevo de aires 'soft rock' que no causó gran sensación. 

Quien sabe mantener al público en éxtasis permanente es el rapero Kase.O, miembro de Violadores Del Verso. Público de todas las edades: mayores, jóvenes y muy jóvenes; niños escuchando según qué letras con la misma cara que debíamos poner algunos cuando cazábamos películas de dos rombos en los 80. Bien flanqueado por el DJ/productor R de Rumba y MC El Momo, el zaragozano demostró respeto al hip hop clásico, pero también apertura de miras: transitó desde el muro de ruido de Public Enemy ('Esto no para') hasta un flamenco surrealista ('Mazas y catapultas').

la hernia de jamiroquai

Al lado de semejante despliegue de energía, el folk-rock con tendencias minimalistas de The Lumineers podía sonar a ligero anticlímax. El trío cogió velocidad vía Dylan ('Subterranean homesick blues'), pero en muchas otras ocasiones apostó por una intimidad que, en pleno 'prime time' y en un Cruïlla con sus 25.000 entradas agotadas, sonaba a mala idea. 

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Pero no había problema, ¿no? Al fin y al cabo después venían Jamiroquai y se preveía fiesta. Hasta cierto punto: por culpa de un sonido defectuoso (no se oía bien la voz de Jay Kay, ni la guitarra, ni a las coristas) y la escasa movilidad del líder (solo hace unas semanas operado de una hernia), aquello tardó una eternidad en coger fuelle. Mientras el asunto mejoraba, el público se entretenía discutiendo si el chándal que vestía Jay era guay o una vulgaridad.

La luz se hizo, quizá un poco tarde, alrededor de 'White knuckle ride', a la que siguieron asaltos espléndidos a 'Cosmic girl' o 'Canned heat', con todos los matices de sonido disco orquestal de las grabaciones. En esta recta final se pudo comprobar, además, cómo Jay Kay mantiene su voz en gran estado: no desafina, sabe lo que quiere y lo hace.

Quienes se quedaron con energías por quemar pudieron anoche, bien pasada la madrugada, saltar al ritmo del ska de Los Fabulosos Cadillacs o pasarse por la rave surafricana de Die Antwoord. Hoy sábado se da, en la cumbre de cartel, un interesante choque de culturas musicales: las guitarras country alternativas de Ryan Adams versus los teclados pop de Pet Shop Boys.