CRÍTICA

Jordi Soler: el opio del pueblo

La imaginación de Jordi Soler llena un tren de personajes circenses

Jordi Soler, en Barcelona.

Jordi Soler, en Barcelona.

RICARDO BAIXERAS

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Con la sabiduría de siempre, Jordi Soler (Veracruz, México, 1963) combina ficción y realidad para entregar una novela extraña e inquietante en la que se disponen materiales históricos con una ingente cantidad de fabulación en busca de un destino, que son dos. La liliputiense veracruzana real Lucía Zárate es la chispa que aviva el fuego de Cristino Lobatón, verdadero protagonista de 'El cuerpo eléctrico'.

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Para que esta novela tome el pequeñísimo cuerpo de Lucía el escritor necesitaba de un engranaje que uniera la increíble historia de la liliputiense con el correr de los tiempos: el paso del ferrocarril, el mundo torcido de la política y el ascenso vertiginoso del opio del pueblo, el real -la droga- y el metafórico -la política. Y ahí estaba la imaginación desbordante de Soler para crear a Cristino Lobatón, “que batallaba permanentemente con la contradicción que había entre su mitad indígena y el papel de adalid de la modernidad que le tocaba por ser el propietario y habitante permanente de un tren que se desplazaba, como un reflejo del progreso de Occidente, de forma lineal, siempre avanzando sobre la línea recta que trazaban las vías, una constante direccional que estaba en las antípodas del tiempo circular”.

Ese tren por donde desfilan una variada cantidad de personajes circenses es, en realidad, la máquina que Lobatón hace crecer hasta la desmesura en busca de un futuro adinerado que lo convertirá en uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos. La historia de Lucía ya no parece interesarle porque ahora sus planes son otros, pero el lector no puede ni quiere olvidar que “Lucía Zárate es el cuerpo eléctrico, la electricidad que transpira es lo que pone en movimiento esta historia, es un elemento pequeño y silencioso, modesto a pesar de su fama mundial, es como esa gota mínima que con tanto empeño buscaban los alquimistas, que al entrar en contacto con el 'opus nigrum', transformaba la materia en oro.”

Cuando ese mismo lector cierra la novela sabe que las dos lecciones que Lobatón ha planteado en el decurso de la misma, a saber, que “cada minuto nace un idiota en el mundo” y que eso mismo lo hace gobernable, son reales hasta decir basta y le confieren a su texto un halo de modernidad y actualidad igualmente inquietante.