CRÓNICA

Agnes Obel, un hipnótico cristal

La cantante y teclista danesa mostró el pop de cámara de su enigmático nuevo disco, 'Citizen of glass', en la sala Barts

Agnes Obel, en su actuación en la sala Barts.

Agnes Obel, en su actuación en la sala Barts. / periodico

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Cabe hablar de fenómeno discreto, a juego con su propuesta un poco fantasmal, al hablar de Agnes Obel, una artista cuyo mundo tan mágico como matemático gana adeptos entre el público: una sala Barts llena envolvió en enfáticas ovaciones a la cantante y teclista danesa en su tercera visita a Barcelona, acogida esta vez por el festival Guitar BCN.

Sesión precedida, en agudo contraste, por el pase de V. O., vehículo del multinstrumentista belga Boris Gronemberg, colaborador de creadores como Françoiz Breut y Soy un Caballo. Un pase de hombre orquesta, manejando guitarra eléctrica, batería y ritmos electrónicos, en el que destiló sus viejos impulsos post-rock en canciones inquietantes, que podía adoptar formas melancólicas o siniestras. Pórtico agitador para una Obel que impuso luego su ley de la hipnosis a partir de ‘Citizen of glass’, la canción que da título a su tercer disco.

Esa ‘ciudadanía de cristal’ refleja una inquietud filosófica (la sensación de indefensión que puede producirnos mostrar nuestras vidas a través de las redes sociales) y una plasmación plástica en una música a la vez vulnerable y severa, delicadísima pero con vértices cortantes. Obel recorrió la mayor parte del disco revelando influencias clásicas tardías, impresionistas sobre todo, así como del minimalismo moderno y de cierto pop experimental: su manejo de las armonías vocales en piezas como ‘Mary’ pudo hacer pensar en las construcciones oníricas de la primera Kate Bush.  

Obel desarrolló sus composiciones, poemas sinfónicos a pequeña escala, con una formación enteramente femenina integrada por otra teclista, una violoncelista y una batería, y sin guitarra, por tanto. Incorporó en piezas como ‘Golden green’ sonidos de teclado mates, evitando caer en un esteticismo de manual, y levantó una sensual, poderosa, cadencia rítmica en el rescate de ‘Run cried the crawling’.

El peligro de Anges Obel es que pueda quedar tan fascinada por su propia belleza que pierda el mundo de vista, sensación que se entrevió en las estiradas construcciones armónicas de ‘‘Red virgin soil’ o ‘The curse’, bastante ‘nymanianas’ por otra parte. Pero, aun con sus ramalazos pretenciosos, es fácil ver en Obel a una creadora con un enorme campo por recorrer (y grandes salas por llenar).