Karl Ove Knausgård: en el centro de la vida

La quinta y penúltima entrega de la serie 'Mi lucha', 'Tiene que llover', recupera la mejor escritura del autor y da sentido al conjunto

Ove Knausgard, en el 2014, en Barcelona.

Ove Knausgard, en el 2014, en Barcelona. / ALBERT BERTRAN

ENRIQUE DE HÉRIZ

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Algún día los seis volúmenes de 'Mi lucha' se venderán juntos en un estuche y cabe que algún lector con tendencias suicidas emprenda entonces la tarea de leerlos seguidos. Mientras tanto, demos por bienvenido el tiempo que va pasando entre cada volumen: los detractores lo aprovecharán para exhibir párrafos sueltos de la máxima banalidad y protestar por el mero hecho de que alguien se atreva a pretender que fijemos nuestra atención en eso; sus admiradores competirán por contrastar cuál es el recuerdo más emotivo, el momento más bestial, la digresión más salvaje, la intimidad más bochornosa. Tanto unos como otros ilustrarán, en su debate, la pregunta que nos ronda a todos desde la lectura del primer volumen: ¿por qué nos gusta? O, mejor formulado: ¿cómo puede ser que nos guste tanto?

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Esta quinta entrega, 'Tiene que llover', empieza a brindarnos la respuesta. Cimentado desde el principio en un absoluto desprecio por el orden cronológico, el relato global se ha vuelto laberíntico en un doble sentido: nos transmite la idea de que nunca sabemos de dónde viene y hacia dónde se dirige la historia; y ocasionalmente tenemos la sensación de haber pasado ya más de una vez por ese mismo tramo del laberinto. Es decir, el relato funciona exactamente igual que la memoria de los hombres: desarma y reconstruye a su antojo, se aferra a los detalles insignificantes precisamente en busca de significado, revisita los lugares o huye de ellos en función de la huella emocional que dejaron.

En un momento de esta quinta entrega volvemos a la muerte del padre. Ya habíamos leído cientos de páginas sobre eso y lo normal sería que nuestro organismo reaccionara con el más absoluto hastío. En cambio, nuestra memoria bendice el regreso de un modo que nos hace sospechar que ese recuerdo obsesivo ya no es de Knausgård, sino nuestro. Que por un complejo proceso de naturaleza, digamos, neuroliteraria, ha conseguido lo que todo escritor de ficción («cuando narramos el pasado -dijo Stephen King- todos escribimos ficción») desea: suplantar la vida, crear algo que el lector percibe como parte integral de su propia experiencia.

Terminemos por donde podría haber empezado esta reseña si el orden no fuera mera fantasía: 'Tiene que llover' se ocupa de los 14 años que Knausgård pasa en Bergen, a donde llega en 1988 con 19. Época de un doble aprendizaje: el literario en la Academia de Escritura; el vital, como siempre, en la calle. Knausgård narra sus fracasos en el intento de escribir una obra mayor; extrañamente, el relato de ese fracaso se convierte, una vez llegado a nuestras manos, en testimonio de su éxito. En cuanto a la vida, cada uno aprende, a lo sumo, a ser quien es. En su caso, un tipo brillante, narciso hasta el hartazgo, autodestructivo, noble según cómo, terco, divertido a su pesar, desvergonzado y tímido a la vez. Este quinto volumen reclama una centralidad asimétrica en el conjunto, quizás porque se instala en el centro de la vida y lo hace con una energía rebosante. Nos estamos acercando al final, ay, pero lo hacemos recuperando la prosa más tensa del autor, que en las últimas 200 páginas alcanza una velocidad paradójica e imposible. No solo empezamos a entender por qué nos gusta; también por qué era necesario escribirlo.