Werther: flashback de un viaje a la muerte por la herida del amor

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La versión de la ópera Werther, de Jules Massenet, estrenada hoy en el Palau de les Arts de Valencia, ha mostrado en un flashback, materializado a través de un espejo roto, el viaje a la muerte del protagonista, desangrado por la herida de un amor que no ha sido capaz de romper la barrera del deber moral.

El tenor Jean-François Borras ha logrado componer un Werther de un nivel encomiable al salir triunfante en un papel tan complicado en lo vocal como lleno de matices en lo interpretativo, con una presencia casi permanente en escena durante los cuatro actos.

Sin presencia de coro (sólo hay un pequeño grupo de niños cantores), Borras puso su hermosa voz al servicio de una historia de amor no correspondido, con arias que dejaron patente su amor no correspondido por Charlotte, todo ello como fruto de un destino adverso muy del gusto del romanticismo, el movimiento literario en la que está encuadrada la obra homónima de Goethe.

La soprano italiana Anna Caterina Antonacci, que dio vida a Charlotte, mostró todas sus dotes dramáticas a partir del aria de las cartas del tercer acto, cuando su voz sonó con plenitud y belleza tímbrica.

Comprometida con Albert por juramento en el lecho de la muerte de su madre, Charlotte fue también una víctima más de esta historia, ya que antepuso el deber por encima del amor, y cuando abrió su corazón a Werther ya era demasiado tarde: él, herido por el desamor, ya había iniciado su viaje hacia la muerte.

Helena Orcoyen (como Sophie, hermana de Charlotte y enamorada también de Werther) y Albert (el marido de Charlotte por voluntad materna) cumplieron con sus cometidos, al igual que el resto de comprimarios, todos alumnos del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo, destacando, además de Orcoyen, la vis cómica de Moisés Marín (Schmidt) y Jorge Álvarez (Johann).

Excelente fue también la labor del húngaro Henrik Nánási como director musical, ya que logró imponer la fuerza de una partitura que definía la psicología de unos personajes de carne y hueso (un poeta y una mujer de la burguesía), muy alejados de los prototipos de dioses o héroes.

Con un director entregado, al que sólo se le puede reprochar algún tutti que a punto estuvo de tapar en breves momentos a los protagonistas, la Orquesta de la Comunitat Valenciana cuajó una actuación más que meritoria que fue ampliamente recompensada con los aplausos del público.

De la dirección de escena de Jean-Louis Grinda hay que destacar la concepción de la ópera en flasback, al convertir el suicidio final de Werther en el inicio de la obra. A través de un espejo siempre presente en escena, el protagonista se convirtió así en espectador de su propia vida.

Los tres muros que configuraban la escena se abrían para dar paso a la normalidad de la vida en una finca de una familia burguesa, pero se cerraban y se convertían en una cárcel en la que los dos personajes principales quedaban atrapados en sus propios sentimientos.

Cuando los muros se convertían en habitaciones, las ventanas y puertas que se abrían y cerraban al exterior eran pequeñas y angostas, truncando cualquier posibilidad de triunfo de esta historia de amor. En medio de la escena, el espejo roto, simbolismo de mal fario, confirmaba unas vidas rotas en mil pedazos.