DEL SUEÑO AMERICANO AL REALISMO BRITÁNICO

'God save The Kinks'

El veto a actuar en EEUU reforzó la insularidad del grupo y consolidó la vocación de Ray Davies como cronista pop de la vida inglesa

El grupo británico The Kinks, en 1968

El grupo británico The Kinks, en 1968

RAFAEL TAPOUNET / BARCELONA

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Cómo acabar con el sueño americano de un puñetazo. El 23 de julio de 1965, los Kinks se preparaban para participar en el programa de la ABC 'Where the action is' cuando un representante del sindicato de músicos se acercó a Ray Davies y le exigió que rellenara un formulario antes de salir a actuar. El tipo eligió un mal momento. Exhausto por el ritmo azaroso de su primera gira norteamericana, harto de los incumplimientos de su mánager Larry Page y deprimido por verse lejos de su esposa y su hija recién nacida, Davies no estaba lo que se dice en modo complaciente, y se negó a firmar. El hombre del sindicato se tomó la displicencia del músico inglés como un ataque al modo de vida americano: "Sois una pandilla de peleles comunistas -masculló-. Cuando los rusos dominen Gran Bretaña, no vengáis a pedir nuestra ayuda". El líder de los Kinks le respondió con un crochet de derecha. Pocas semanas después, una carta anunciaba que al grupo se le retiraba de manera indefinida el permiso para actuar en EEUU.

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En realidad, aquel puñetazo fue solo el golpe de gracia a una gira trufada de incidentes. La calamitosa organización se tradujo en conciertos impagados y cancelaciones de última hora, y la actitud desinhibida de los músicos (que, cansados de que les preguntaran jocosamente si eran chicos o chicas a causa de su pelo largo, se dedicaban a jugar al equívoco sexual y a coquetear entre ellos en escena) topó con la intransigencia moral de los promotores y de buena parte del público. La cuestión de fondo acaso fuera que, en 1965, los Kinks resultaban demasiado ingleses para América.

INSOBORNABLE ANGLICIDAD

Desde que aparecieron en el universo pop ataviados a la moda eduardiana, con sus chaquetas rojas de caza, el cuarteto comandado por los hermanos Ray y Dave Davies se distinguió del resto del contingente de bandas británicas de rhythm and blues por su insobornable anglicidad. Como sus compañeros de camada, ellos también se foguearon haciendo versiones de Chuck Berry y Bo Diddley, pero nunca parecieron esforzarse demasiado en sonar como sus ídolos del otro lado del Atlántico. Ray no ocultaba al cantar su acento del norte de Londres y, en cuanto adquirió cierta soltura como escritor, empezó a ambientar sus canciones en lugares como el Soho londinense o la campiña en lugar de hacerlo en Memphis o Kansas City.

El veto estadounidense acabó de determinar su destino como imbatible cronista de la vida inglesa, siempre debatiéndose entre la crítica mordaz y la visión nostálgica. La primera canción que compuso tras la frustrada gira americana, 'A well respected man' (un afilado retrato de la hipocresía y las frustraciones de la clase adinerada), exhibía sin disimulo la influencia del music hall británico de los años 30 y 40 e inauguró una gloriosa serie de pinceladas de realismo social en clave pop ('Dedicated follower of fashion', 'Sunny afternoon', 'Dead end street', 'David Watts', 'Waterloo Sunset'...) que desembocó en dos obras maestras incontestables: 'The Kinks are The Village Green Preservation Society' (un disco "sobre amistades perdidas, cerveza de barril, moteros, brujas encantadas y gatos voladores", tal como lo definió el propio Davies en su autobiografía 'X-Ray') y 'Arthur or the decline and fall of the British Empire' (una mirada a la experiencia de la clase trabajadora británica en el siglo XX). Son los dos mejores álbumes de los Kinks. Ambos fracasaron estrepitosamente en EEUU.

    

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