CRÍTICA DE CINE
'Nieve negra': en la Patagonia perdida
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
QUIM CASAS
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Hace justo diez años, en 2007, Ricardo Darín debutó como director con 'La señal', un filme 'noir' retro, ambientado en el Buenos Aires de 1952. Su protagonista, encarnado por el propio Darín, es un investigador privado al estilo de los detectives de Warner Bros en los años 40, escéptico y desencantado, aunque más mediocre que los representados por Humphrey Bogart. Darín no dirigió solo aquella primera probatura tras la cámara, sino que la corealizó con Martín Hodara, un nuevo talento del cine argentino formado como ayudante en dos títulos seminales: 'Nueve reinas' y 'El aura', ambas, no en vano, protagonizadas por Darín.
El actor ha trabajado mucho en estos diez años. Hodara no había vuelto a dirigir hasta 'Nieve negra', interpretada igualmente por Darín. Así que la carrera de uno está totalmente ligada a la del otro. Y Darín (y Leonardo Sbaraglia, Laia Costa y Dolores Fonzi, todos ellos y ellas fronterizos entre el cine argentino y el español, o viceversa) es de lo mejor de este drama centrado en la pérdida, el reencuentro y la rivalidad entre dos hermanos.
Nada que ver con los espacios urbanos de 'La señal'. 'Nieve negra' se desarrolla en un lugar remoto, perdido, casi inaccesible, de la Patagonia, y visualmente está más cerca de 'El aura', del malogrado Fabián Bielinsky, un filme donde Darín ya ensayó el tipo de personajes que de un modo u otro cristalizan en el de 'Nieve negra'.
El pasado le persigue y no ha conseguido ahuyentarlo. Una muerte familiar le ha obligado a poner tierra de por medio y aislarse. Pero el pasado, y con él la familia, siempre acaba volviendo, y el personaje de Darín debe hacer frente al de su hermano, Sbaraglia, a causa de unas tierras que comparten por herencia.
El planteamiento es más que correcto, así como la fotogenia turbadora de los lugares, con una luz poco nítida que refuerza el aislamiento. Pero a este enfrentamiento dramático le falta más convicción desde el guion. La convicción la ponen los actores, aunque no siempre pueden dar lustre a unos personajes demasiado planos. El filme acaba siendo así muy estricto, encorsetado, tan solvente como fatigoso.
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