Donald Ray Pollock: una voz única y brillante

'El banquete celestial' es la novela que confirma una de las voces más singulares y potentes de la narrativa norteamericana actual

Donald Ray Pollock

Donald Ray Pollock / periodico

ENRIQUE DE HÉRIZ

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La industria cultural -el sistema editorial, el aparato crítico- descansa en tal medida en el etiquetaje que cuando aparece una voz única como la de Donald Ray Pollock corremos todos a buscar referencias para ubicarla en un contexto familiar, obviando precisamente su condición de incomparable. Suele recurrirse a Faulkner y Tarantino, Twain y McCarthy. Nadie habla de Steinbeck, que podría ser otro referente por la sequedad y la transhumancia. Da lo mismo: Pollock no es como nadie. Se dio a conocer con una colección de relatos deslumbrante que llevaba por título el nombre de su pueblo natal, Knockemstiff (cuyo significado, curiosamente, podría traducirse, tirando de jerga, por algo así como 'Mátalosapalos'). Historias violentas de perdedores irredentos, digamos, cediendo al reduccionismo de todo resumen. A continuación llegó 'El diablo a todas horas', que en buena medida prolongaba el mundo y el tipo de personajes de la primera entrega, pero -libre ya de las restricciones de extensión- introducía una excelente novedad: el arco temporal de los personajes. Cada vez que nos presenta a un personaje, por secundario que sea, es capaz de darle de un solo brochazo una dimensión vital que va mucho más allá de la página y, al informarnos de algún hecho concreto, nos permite vislumbrar su trayectoria entera. Sus personajes llevan, como las personas, la vida a cuestas.

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Esa virtud se hace de nuevo presente nada más empezar la lectura de 'El banquete celestial'. Estamos en 1917, en la frontera entre Georgia y Alabama, en la choza de Pearl Jewett y sus tres hijos. La mera mención de su dieta, compuesta por gachas secas y restos del cerdo enfermo que mataron en primavera, proyecta sobre la página la vida entera de esta familia. La dieta no es solo escasa; también es letal. El padre muere en pleno ataque de diarrea. Sí, Pollock tiende a lo escatológico, pero lo hace con maestría. Uno de los mejores personajes de esta novela es un inspector sanitario que debe procurar la salud pública removiendo las heces ajenas.

Todo es parquedad y privación en los mundos de Pollock (el joven Eddie Ellsworth, otro fantástico secundario, tiene que recurrir a "las partes guarras" de Tom Jones para calmar su deseo sexual); a voz, en cambio, es exuberante y luminosa.

Muerto el padre, los tres hermanos Jewett entran en el reino de la picaresca, versión salvaje oeste. Pollock sale airoso de un tremendo desafío: trascender el western sin hacer trampas, someterse a sus leyes para reventar las restricciones. Tras matar al terrateniente que ni les daba de comer, los hermanos roban sus caballos y huyen hacia Canadá. Tienen por guía las aventuras de Billy Bucket, protagonista de un 'pulp' que Cane -el único hermano que no es analfabeto- va leyendo a los demás. Otra estratagema brillante: si bien la elección de género y época parece clamar contra la corriente 'mainstream', básicamente blanca y urbana, de la literatura norteamericana actual, con el recurso del libro dentro del libro Pollock nos hace saber que no vive fuera del curso de la modernidad; al contrario, más bien parece que desde la atalaya de su voz inimitable está señalando el camino.