CRÍTICA DE CINE

'El otro lado de la esperanza': lo difícil hecho fácil

El último trabajo de Aki Kaurismäki es una lección magistral de cómo hacer cine político despolitizado, evitando didactismos y sermones

NANDO SALVÁ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"El otro lado de la esperanza\u00a0\u2605\u2605\u2605\u2605","text":"Ver pel\u00edcula en la cartelera"}}

Habrá quien diga que 'El otro lado de la esperanza' es justo el tipo película que a estas alturas Aki Kaurismaki podría hacer hasta con los ojos cerrados; que en ella el finlandés no se desvía ni mucho ni poco del método que ha perfeccionado a lo largo de 30 años. Y es cierto. Por otra parte, sin embargo, hay que ser un genio para hacer que parezca tan fácil.

En esta segunda entrega de su anunciada trilogía sobre ciudades portuarias -la encantadora 'Le Havre' (2011) fue la primera-, Kaurismäki se centra en las amargas desventuras de un refugiado sirio en Helsinki para llevar a cabo un deslumbrante ejercicio de equilibrismo: 'El otro lado de la esperanza' no necesita edulcorar siquiera un ápice la tragedia de su protagonista para reconocer las ironías de la vida; nos muestra hostiles centros de detención y absurdas burocracias y vándalos racistas, pero lo hace echando mano, decimos, del humor impasible y los deliciosos anacronismos visuales típicos de su autor, y de una sencillez narrativa que bordea lo naíf pero que no es en absoluto ingenua respecto a verdades esenciales sobre enfermedades contemporáneas.

En otras palabras, 'El otro lado de la esperanza' es una lección magistral de cómo hacer cine político despolitizado, evitando didactismos y sermones. También evita el sentimentalismo, consciente de que usarlo con los inmigrantes es solo una versión más bienintencionada del mismo tipo de actitud de superioridad de da fuelle a la xenofobia y los nacionalismos en toda Europa. Cierto que al mismo tiempo ofrece un enfoque simplista sobre un problema muy complejo, pero es que las cosas deberían ser mucho más simples. Para responder a las crisis, sostiene Kaurismäki, no debería hacer falta más que la más básica decencia humana.