La orgía flamenca del padre de James Bond

Montero Glez recrea un episodio en la vida de Ian Fleming en el que actuó como espía en la costa gaditana

El escritor Montero Glez, en la localidad de Chiclana, donde vive.

El escritor Montero Glez, en la localidad de Chiclana, donde vive. / periodico

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Lo de ir a encontrarse a Montero Glez a finales del invierno a un pueblo de la costa gaditana, fantasmal en esta época, tiene algo de 'Corazón de las tinieblas', pero en versión chusca. Los apartamentos vacíos, la soledad del lunes, la playa desierta en Chiclana son una combinación perfecta que, de haberse producido en Estados Unidos, crearía su pequeña mítica. La del escritor que un día lo dejó todo (y en ese todo está la Movida madrileña de la que Montero fue poco menos que el hermano pequeño) para dedicarse a la escritura. Pero aquí más parece un cruce entre un Bukowski local y el Tío Vázquez (sí, el del tebeo).

Está en plena mudanza, una más, siempre en busca de la oferta más barata. Porque Montero (Madrid, 1965), es un as de la supervivencia con dos duros (diríamos euros, pero a él le pegan más los duros), un anarquista anárquico que tira con rabia contra los popes de la literatura española, un solitario de aspecto sarmentoso que ha encontrado compañía en las quejas del 15-M. ¿Hace falta decir más para darse cuenta de que es todo un personaje? Pues sí, que su última novela, ‘El carmín y la sangre’ (Algaida), que le valió el Premio Ateneo de Sevilla, está protagonizada por Ian Fleming, cuando a éste todavía no se le había ocurrido crear a su personaje, James Bond, Ian Fleming y estaba a sueldo del MI6, en una misión que el año 1941 le trajó a Gibraltar para intentar que Franco no entrara en la guerra.

NAZIS EN LA VENTA VARGAS

Una anécdota que le contaron en la Venta Vargas, la catedral del flamenco, el lugar que vio el despegue de Camarón, está en el origen de la novela. Se cuenta que en una ocasión llegaron a San Fernando unos nazis, mandaron desnudar a los hombres y mujeres que encontraron allí y montaron una orgía. "Empecé a investigar y me di cuenta de que no eran nazis acharolados de botas altas y cruz gamada sino los tripulantes de un submarino que venían a repostar y curar a sus heridos. Vinieron y se pegaron la gran juerga". Con esa imagen ya tenía la conclusión –"como una bulería en un fin de fiesta"-,  así que buscando el principio se topó con Fleming, que vino a Andalucía como espía y con la novela 'Reflejos en un ojo dorado' ('Goldeneye', ya saben) bajo el brazo, una obra que le servía al parecer para interpretar las claves de los mensajes secretos.

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"Se saben muchas cosas de James Bond, pero pocas de su creador, un tipo mujeriego, aventurero, para quien la guerra esra solo un medio para alcanzar el placer en todas sus formas posibles. En fin, un machista detestable, torturador psíquico y físico, sádico y a la vez masoquista, pero por todo ello también un personaje fascinante", defiende el escritor que ha hecho suyas las maneras de Fleming, secas y restallantes, para contar sus propias aventuras. Tanto es así que Montero, muy en su línea, no ha prestado atención a la corrección política: "A mí lo que me interesa es el discurso legítimo, el discurso que procede del pueblo y que se opone al que yo llamo ilegítimo que beneficia a las clases privilegiadas". ¿Esa legitimidad se puede lograr emulando una novela 'pulp'? Está convencido de que sí. Quizá porque las novelas sobre 007 jamás fueron alta cultura.  

Al madrileño le interesó aquel momento histórico, cuando los ingleses montaron un boqueo en el estrecho y los alemanes buscaron deshacerlo. Franco había ganado la guerra y se dejaba querer por unos y por otros. "Aquí en Andalucía daba la sensación de que la guerra civil todavía no se había acabado porque un día bombardeaban La Línea y otro un barco pesquero". Así propone un raro choque entre el cliché español, de tablaos y gitanos, y el no menos tópico del espía británico formado en Oxford o Cambridge. "Los ingleses eran especialmente ilustrados e intentaron ganar la guerra con imaginación. Pero en fin, Fleming se queda muy por debajo de los Philby o Burgess, topos soviéticos, que eran muchos más interesantes que él y políticamente más implicados".  

Sin acabar de perder nunca el hilo de la novela, la conversación se escapa en todas direcciones: desde el machismo imperante entonces y ahora, hasta Donald Trump, por supuesto, pasando por el flamenco -una de las grandes querencia del autor- y por cómo el 15-M está exigiendo el viejo relato de la guerra civil escondido por la derecha. Pero también aparece su abuela casi centenaria, que era amiga de Joan García Oliver y tuvo un perro lobo llamado Trotsky.

EPÍLOGO

Al día siguiente del encuentro con Montero, Lolo Picardo, cuarta generación al frente de la Venta Vargas, recuerda cómo su padre le contó el episodio de los nazis. “Bueno, sí se ve que mandaron desnudarse a todo el mundo pero creo que fue para humillarlos. Lo de la orgía es producto de la ficción, pero precisamente para eso están los escritores”.