CRÍTICA DE CINE

'Crudo': sangrante delicia caníbal

Resulta estimulante que una película como esta anime a las adolescentes a abrazar sus deseos naturales, les diga que es normal tener compulsiones prohibidas

NANDO SALVÀ

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Películas de terror protagonizadas por novatos universitarios hay muchas, pero es difícil recordar alguna tan impactante como 'Crudo' usando los mecanismos del género para reflexionar sobre lo pavoroso que abandonar el nido con rumbo a un lugar desconocido -nueva libertad, nuevos estímulos, nuevos límites- puede resultar.

Para lograrlo la directora Julia Ducournau acompaña a Justine (Garance Marillier), que justo al ingresar sufre una novatada: es obligada a comer hígado de conejo. Ello le provoca una sensación que una vegetariana como ella nunca había tenido antes. Justine no tarda en descubrir que de ahí a merendar dedo humano hay un solo paso.

Aunque incluya raciones de 'gore' furioso tan realistas que a ratos resultan difíciles de digerir -sus proyecciones en festivales como Cannes y Toronto provocaron desmayos-, 'Crudo' es mucho más que lo que esas tácticas de provocación podrían sugerir. Ducournau se sirve de ese despertar caníbal para llevar a cabo una subversiva exploración de la feminidad, el descubrimiento sexual y los vínculos entre hermanas, y para celebrar el cuerpo, sus placeres secretos y sus viscerales apetitos. El resultado es repulsivo, sí, pero también increíblemente estilizado, francamente divertido y, especialmente en cuanto evoca a David Cronenberg, tan hermosa como brutal.

Asimismo, resulta estimulante que una película anime a las adolescentes a abrazar sus deseos naturales, les diga que es normal tener compulsiones prohibidas, y les demuestre que, en el fondo, lo que sufren por ellas podría ser mucho peor. En otras palabras, en lugar de canibalismo 'Crudo' podría haber hablado de anorexia o drogadicción. Pero, por supuesto, de haberlo hecho no sería ni la mitad de jugosa.