CRÓNICA DE CONCIERTO
Bonobo, la electrónica cálida
El productor británico presentó su excelente disco 'Migration' en Razzmatazz, con todas las entradas agotadas
Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
JUAN MANUEL FREIRE / BARCELONA
Como su propia música, que desdice el supuesto carácter repetitivo de la electrónica con cambios constantes, Bonobo no ha dejado de evolucionar desde que se dio a conocer a finales de los 90. Por entonces Simon Green (ese es su verdadero nombre) hacía 'downtempo' con influjos jazz, pero en sus últimos discos ha practicado algo más difícilmente definible, además de más fácilmente bailable, entre el neo-soul orquestal y los ritmos sincopados del 'UK garage' y otras muchas hierbas.
Lo que está claro es que el público que llenaba el miércoles Razzmatazz iba, sobre todo, a bailar. Green apareció sobre el escenario dispuesto a combatir otro prejuicio sobre la electrónica (es música fría y maquinal, etcétera) con un sonido cálido, rico, matizado, con su ración de pregrabados, pero también guitarra, bajo, batería y metales. La delicadeza de matiz de 'Migration', tema titular del disco que venía a presentar, el mejor de su carrera, y después '7th sevens' toparon con cierta indiferencia: las conversaciones debían de oírse desde fuera de la sala.
También la cantante Szjerdene (colaboradora habitual del productor británico) tuvo que lidiar con diálogos sonoros cuando se acercó a 'Break apart', por otra parte uno de los 'singles' de 'Migration'. Lo que gran parte del público quería eran los cortes más de club, no las baladas electro-soul. Dicho esto, este cronista observó a posteriori cómo muchos no dejaban de hablar ni siquiera mientras bailaban. ¿Dónde quedó aquello de perderse en la música?
CIMAS Y ABISMOS
'Kiara' levantó los ánimos, pero como, por ejemplo, The Chemical Brothers, Greene no entiende una actuación como un clímax eterno al estilo de la 'EDM', sino un viaje con sus cimas extáticas y sus (bellas) simas emocionales. Por eso, en mitad de un clima de subidón volvió a invitar a Szjerdene al escenario, ahora para la sublime 'Surface', en disco interpretada por Nicole Miglis de Hundred Waters. Las charlas impidieron escuchar demasiado.
El ritmo norteafricano y los graves sísmicos de 'Bambro koyo ganda', cosida con el himno 'Cirrus' y esa tremenda odisea con desembocadura techno llamada 'Outlier', convirtieron temporalmente aquella noche de entresemana en un amanecer de última jornada de Sónar. 'Flashlight' y 'We could forever', con su guitarra latina tomada de Gábor Szabó, ayudaron a purgar los males del día a día con pura fiebre funk.
Todavía quedaba melancolía, no obstante: Szjerdene apareció para hacer de Nick Murphy en 'No reason', y la trip hop 'Ontario' se mueve con más reticencia que hiperactividad. Ya en la recta final, 'Kerala', maravilla con 'sample' del clásico R&B 'Baby' de Brandy, recordaba que melancolía y hedonismo no están reñidos, y que, de he hecho, la mejor música del mundo debe ser aquella que se baila, pero con lágrimas en los ojos.
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