CRÍTICA DE CINE

Crítica de 'Cincuenta sombras más oscuras': sexo sin aptitud

Aparte de menos oscuridad, también tiene menos intriga, y menos argumento, que su predecesora

NANDO SALVÀ

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Pese a lo que su título sugiere, la segunda película basada en la célebre saga literaria de E.L. James sustituye buena parte de las referencias de su predecesora a dinámicas sadomasoquistas por más ñoñería sentimental de la que la mayoría de comedias románticas se atreven a manejar. Aparte de menos oscuridad, también tiene menos intriga. Y menos argumento.

Asuntos como el abuso y el poder, eso sí, permanecen. Los pecados de Christian Grey son impulsos que debe controlar, y ese precisamente es el terreno que la película finge explorar: ¿por qué algunos amantes necesitan ejercer un dominio, y por qué otros aceptan someterse a él? La cuestión vuelve a ser tratada de forma vana, en buena medida porque lo que a Anastasia Steele más le gusta de Grey no son sus cachetes sino sus dólares.

El metraje incluye suficientes escenas de sexo para demostrar que la cantidad no funciona como sucedáneo de la química: son monótonas e impiden el avance de la escueta historia. Tampoco de cualquier otro tipo de tensión hay rastro. Subtramas potencialmente interesantes surgen y son descartadas en cuestión de un par de escenas; amores del pasado aparecen y, justo antes de llegar a ponerse interesantes, desaparecen; un potencial villano es señalado de cara a la próxima entrega pero nadie desempeña ese papel en esta. Aquellos que han protestado contra la película porque incita al maltrato a las mujeres no han entendido nada; habría que protestar contra ella por soporífera.

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