OTROS ESCENARIOS POSIBLES

Salseando hasta que abra el metro

La Orquesta Zaperoko brindó un portentoso recital de salsa de ayer y hoy en la discoteca Up & Down. La formación peruana, de 16 músicos, contó con el inestimable apoyo de la Pantera Rosa, que bailó, fumó y robó algún bolso

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NANDO CRUZ

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Las inmediaciones del Camp Nou y el Miniestadi, a las dos de la madrugada, son un desierto. No hay mucha actividad deportiva, que digamos, aunque no es difícil avistar algún 'runner' noctámbulo corriendo con su perro. A la misma distancia de la facultad de Bellas Artes y el Bowling Pedralbes, la discoteca Up & Down se dispone a acoger otra gozosa velada de música latina. Las hay cada semana. Aquí se programan los conciertos para que la gente pueda llegar con el último metro de la noche y volver a su casa con el primero de la mañana. Somos más de mil.

La gira europea de la Orquesta Zaperoko ha hecho escala en Barcelona. Aún no lleva una década en activo, pero ya se ha consagrado como una de las bandas de salsa más vigorosas del país y la comunidad peruana de Catalunya ha venido en masa. Natural del Callao, localidad costera a las afueras de Lima, la Zaperoko se está implicando activamente en la lucha contra la criminalidad  que asola su ciudad. Paradójicamente, abren el concierto con su mayor éxito, ‘Mala mujer’. Y el público corea el estribillo: “Mátala, mátala, mátala, mátala”.

Ha llovido toda la tarde y tanto las escaleras de acceso a la sala como los pasillos están mojados del agua que arrastran los zapatos del público. También la pista de baile está empapada. Es salsa de lluvia. Hoy los pies se deslizarán aún más rápido de lo habitual. Que ya es decir. En cuanto la Zaperoko pasa de su propio clásico, ‘Mala mujer’ a ‘Juanito Alimaña’, aún más inmortal partitura de Willie Colón y Héctor Lavoe, Up & Down se transforma definitivamente en una prieta salsoteca. Serán diez minutos tocando y bailando ‘Juanito Alimaña’.

LA ESTRATEGIA: UN 5-6-5

La Orquesta Zaperoko no cabe en el escenario. Son dieciséis músicos, de modo que tienen que distribuirse como un equipo de fútbol sobre el césped. Esta noche actuarán con un sistema 5-5-6. Cinco vocalistas en la delantera, los percusionistas, el teclista y el director de orquesta Jhonny Peña en la zona media y, detrás, trompetas, trombones y otros metales. Ah, y jugando siempre en punta, un tipo disfrazado de Pantera Rosa de los pies a la cabeza. Tal cual.

En los conciertos europeos de artistas latinoamericanos, los músicos se ganan al público saludando a los espectadores de cada país. “¿Dónde está Colombia?”, pregunta un cantante. Nadie responde. “¿Dónde está Ecuador?”. Silencio. “¿Y la gente de España?”. Nada. Aquí solo está Perú, así que mejor saludar por ciudades: ¡Lima! ¡Trujillo! ¡Arequipa! ¡Callao! Incluso, por barrios limeños: ¡Comas! ¡Los Olivos! Y, cómo no, a los seguidores de cada equipo de fútbol: ¡Universitarios! ¡Sport Boys! ¡Atlético Chalaco! Pero el que obtiene una mejor respuesta es un grito de júbilo típico de Callao. Cada vez que aun cantante exclame ‘¡chim pum!’, toda la sala responderá al unísono ‘¡Callao!’.

La Pantera Rosa ha sacado una rata gigante de peluche. Y un sable con el que ha emulado rebanar los testículos a un fotógrafo que se le arrimó más de la cuenta. También ha enarbolado una ametralladora luminosa de juguete.

El público entrega camisetas de equipos de fútbol a los cantantes para que decoren el escenario con ellas. También les dan papeles y más papeles en los que han anotado saludos y dedicatorias para que los lean en voz alta. Es un modo de sentirse protagonista de la velada. Y es una labor que los cantantes asumen como parte de su trabajo. Como hacerse 'selfies' con las primeras filas. Como dar la mano a quien se la tienda. Como beber un sorbo de cualquier copa que les ofrezcan. Como cantar y bailar. La Zaperoko está de servicio.

La Pantera Rosa agita las maracas. La Pantera Rosa se fuma un cigarro. La Pantera Rosa se tumba en el suelo del escenario a descansar un rato.

¡Chim pum! ¡Callao!

SEPARADOS POR PRECIOS

Los conciertos latinos pueden ser aún más clasistas que los europeos. En salas para mil personas, también se venden entradas a distintos precios. Así, los que pagan 20 euros están al fondo, donde el sonido llega embarullado y el calor es tropical. Los que pagan 40 tienen derecho a mesa y más espacio para bailar. Los que pagan 50 tienen mesa junto al escenario. Pasada hora y media, los controles son más laxos. Un vigilante de la zona súper VIP baja la guardia y se marca un baile de primerísimo nivel con una amiga.

La Pantera Rosa ya va algo tocada y, en un despiste de las espectadoras de las primeras filas, roba dos bolsos de las mesas más próximas al escenario. Los devuelve rápido. No quiere vérselas con el Inspector Clouseau de la salsa.

En la zona de 20 euros un hombre ondea una camiseta con la cara de Héctor Lavoe. La orquesta toca ‘Calle luna, calle sol’ y ‘Che che colé’. Suena portentosa, arrollador, elástica. Alguien pide que toquen una del boricua Luisito Carrión. Entre tanto público de rasgos afroperuanos, amazónicos y andinos, llama la atención ese joven grunge con camisa de cuadros y gorro de lana.

La Pantera Rosa reaparece enfundada en una camiseta de la selección nacional de fútbol de Perú y ondeando una bandera peruana.

Hay tres corpulentas amigas en el lateral derecho que van bien finas. Ni los cantantes ni la Pantera Rosa osan acercarse a ellas. Se susurran burradas a gritos y ríen, se tiran del pelo unas a otras y se abrazan como si no se vieran desde 2007. Una golpea con la mano sobre la tarima exigiendo atención como lo haría un vaquero en la barra del saloon. La otra se declara dueña de esos gigantescos sujetadores que han llovido sobre el escenario. La tercera trepa hasta la orquesta y, sin caer de sus tacones, se pone una de las camisetas que han regalado al grupo. Un miembro del numeroso séquito zaperoko se la lleva.

¡Chim pum! ¡Callao!

Tras dos horas ininterrumpidas, la orquesta se bate en retirada con ‘La revancha’, otra de esas canciones en las que los hombres son las víctimas y las mujeres son muy malas. Algunas personas salen ya de la discoteca, aunque el discjockey logra retener a más del 80% pinchando cumbia romántica. En las mesas aún quedan botellas de Johnny Walker y latas de Monster. No hay prisa. Hasta las cinco de la mañana no vuelve a abrir el metro.