EL LIBRO DE LA SEMANA

La memoria de los peces

Vann no toma un nuevo rumbo: lo bueno de 'Acuario' viene cuando recuperamos las asperezas de 'Sukkwan Island' y 'Caribou Island'.

El escritor estadounidense David Vann, la semana pasada, en un hotel de Madrid.

El escritor estadounidense David Vann, la semana pasada, en un hotel de Madrid. / periodico

SERGI SÁNCHEZ

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Caitlin, la protagonista y voz narradora de 'Acuario', que mira a los peces como si fueran personas que flotan en un tanque de formol, tiene 12 años, la misma edad que tenía David Vann cuando su padre se suicidó. Uno de los primeros cuentos que publicó el escritor nacido en Alaska se titulaba 'Ictiología', y estaba protagonizado por un niño que reconocía el reflejo del mundo en la colorida, alienígena exhibición piscícola de un acuario mientras su universo familiar se desmoronaba gota a gota, escama a escama. ¿Puede decirse entonces que 'Acuario' supone un nuevo camino literario para Vann? Va a ser que no. Lo que ocurre es que el punto de vista ha cambiado, y la mirada de una niña a las puertas de la pubertad pinta de azul cobalto, con un punto diamantino, la tragedia que le espera en casa. No la suaviza, no la embellece, le da otro color.

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La historia es simple. Caitlin vive con su madre, Sheri, que se mata a trabajar en el puerto para llegar a fin de mes. Cada tarde, Caitlin espera a que la recoja en un acuario, horas después de salir del colegio. Un día empieza a hablar con un jubilado, y conectan como si fueran dos peces que de repente han recuperado la memoria. La irrupción de ese viejo en su vida, del que no revelaremos su identidad, destapará la caja de los truenos, poniendo en peligro la frágil estabilidad emocional de su madre. En la primera parte de la novela, Vann alterna los capítulos en el acuario con los de la vida cotidiana de Caitlin, su madre y el novio de esta. La estructura es acaso demasiado mecánica, y las metáforas ictiológicas, aunque de hermoso aliento lírico, se hacen demasiado frecuentes y están en exceso subrayadas, como si Vann no confiara lo suficiente en sus lectores.

DE NUEVO LA CULPA Y EL RESENTIMIENTO

Lo bueno viene cuando recuperamos las asperezas de 'Sukkwan Island' 'Caribou Island'. Vann ha preparado minuciosamente un refugio para volarlo por los aires, y aunque el giro de la novela puede ser previsible, no lo es en absoluto el efecto tsunami que provoca en el personaje de Sheri. Reaparecen los temas más queridos por Vann -la culpa, el resentimiento, las heridas no cicatrizadas del pasado, la relación entre padres e hijos como enfermedad monstruosa- encarnados en la rabia de una mujer que siente la necesidad de recrear su trauma, de hacer una puesta en escena de los orígenes de su dolor y su frustración para que su hija entienda de una vez por todas quién es.

Así las cosas, la segunda parte del libro, con excepción de una subtrama prescindible -el primer amor de Caitlin-, es escalofriante. El estilo es seco, austero, casi prosaico, porque la brutalidad de lo que cuenta necesita el aplomo de la frase corta y sin metáforas. Nos falta información acerca de los personajes, sobre todo de la narradora, que cuenta su historia desde el presente, pero esos vacíos juegan a favor de la intensidad dramática de un momento pregnante, alrededor del cual Vann da vueltas y vueltas como un tiburón blanco acechando a su presa. La repetición contribuye a reforzar la tesis de la novela, a saber: “La experiencia de uno no sirve para conocer la de otros”. Y aunque abunda el psicodrama, y la redención de víctimas y verdugos es un tanto precipitada, 'Acuario' acaba siendo ese océano íntimo que navegan los que se merecen una segunda oportunidad.