OTROS ESCENARIOS POSIBLES
Soy de Salta y hago falta
La coplera andina Mariana Carrizo compartió su inspiración en un taller del barrio de La Ribera con un grupo de mujeres argentinas que se reúnen para revivir el folklore de su tierra
Nando Cruz
Periodista
NANDO CRUZ / BARCELONA
En Barcelona se celebran muchísimos más conciertos de los que imaginamos. También existen muchísimos más espacios que programan música en vivo de los que podríamos visitar en un año. Y, por supuesto, ofrecen muchísima más variedad estilística de la que pensamos. Vamos con un ejemplo.
El Espai Ku está ubicado en una calle típica del Born. Es decir, una calle que en apenas dos manzanas acoge tres bares moderniquis, cinco tiendas de trapitos, una de diseño cuqui y dos peluquerías tope 'fashion'. Regentado por un argentino, una colombiana y una japonesa, el Espai Ku no solo funciona como estudio y taller de cerámica, sino que también organiza sigilosas actuaciones musicales. El pasado jueves, sin embargo, el programa era aún más especial.
Alrededor del Espai Ku se ha articulado un grupo de mujeres argentinas que se reúnen para cantar coplas andinas. Una actuación de la copera andina Marina Carrizo el viernes en el CAT de Gràcia propició que la comunidad virtual Pájaros, cuyo objetivo es relacionar a músicos latinomericanos de ruta por España o ya instalados aquí, organizase un encuentro un día antes. La más activa divulgadora de este género folclórico compartiría allí sus conocimientos.
NO SE PUEDE REÍR EN FA
Una de las primeras informaciones que aportó la menuda cantadora fue que aquello no iba a ser un taller. En la copla andina no existe técnica y, como toda la cultura popular de transmisión oral, no se puede aprender en las academias. “Es un cante sensorial. Es como reír o llorar. Y es imposible reír en fa”, aseguró.
Sentada en un taburete, con la espalda apoyada en una columna, frente a una quincena de mujeres y bajo una luz muy tenue, Mariana retrocedió hasta su infancia para explicar cómo quedó prendada por este cante típico del norte de Argentina. Ella es de Salta, provincia limítrofe con Bolivia y Chile. De niña subía a los cerros con su abuela para pasear sus 40 cabras. “Cantar en el cerro es abrir las alas. Mi ilusión era que los cóndores me escucharan y, no sé, que me llevaran”, intentó explicar Mariana. Y un viento helado nos escalofrió.
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Mariana hablaba ante un silencio sepulcral. Todas estaban embelesadas. Claudia, de Mendoza, Silvia, de Corrientes, las bonaerenses Ceci, Laura y Ana, la tucumana Elsa, Mónica y su bebé Biel de cinco meses, Gisela, Joana… Algunas de ellas vestían ponchos. No todas eran argentinas. También vino una cantautora chilena. Y Juliette Robles, cantante barcelonesa de sangre peruana. Y la glosadora mallorquina Caterina Canyelles. Había algún hombre, pero pocos. Emilio, cantante y cocinero, nació en Chicoana, a 170 kilómetros de Angastaco, el pueblo de Mariana. Se han tenido que conocer en la otra punta del mundo, a 12.000 kilómetros de casa.
EL BRAMIDO DEL HUESO
Ceci, la bonaerense de Bella Vista, es luthier y ha fabricado alguna de las cajas que traían las mujeres. Las cajas son tambores redondos de origen quechua cubiertos con tripa de cabrito o cordero. A la vibración que producen esas cajas, las mujeres de Salta le llaman bramido. Y la caja de Mariana brama con un eco ancestral, sobrecogedor. “Es el bramido del hueso”, musita ella con la mirada perdida, una vez más, allá en lo alto del cerro.
“Yo soy hija de la luna / Nací de un rayo del sol / Hecha con muchas estrellas / Mujer de mucho valor / Soy de Salta y hago falta”, entona. Este último verso es su grito de guerra. Tiene otros: “Soy salteña, libre y dueña”. Existe un folclore cobarde y castrador, anclado a costumbres rancias. No es el suyo. Sus coplas combaten el machismo y lanzan al viento versos valientes y críticos con las injusticias que sufre un territorio castigado al olvido.
Las mujeres se mueren de ganas por formar una ronda de coplas. Se levantan, se disponen en círculo y sacan sus cajas. Mariana lanza una copla y todas repiten los versos. Elsa lanza otra copla y todas repiten los versos. La resonancia de las cajas crea un mantra. “El otoño se está yendo, se está yendo el otoño / Entre cajas y coplitas canta toda Barcelona”, improvisa Emilio.
Desde la calle, varios curiosos asoman la cabeza atraídos por el bramido.
Cuando acaba la ronda, nadie aplaude. Simplemente, se abrazan.
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