Muchos Mendozas

'La verdad sobre el caso Savolta', 'El misterio de la cripta embrujada' y 'La ciudad de los prodigios', tres novelas que devolvieron al lector el goce por el relato

Eduardo Mendoza.

Eduardo Mendoza. / periodico

DOMINGO RÓDENAS DE MOYA / BARCELONA

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Alborozo ante el premio Cervantes a Eduardo Mendoza (¿alguien disiente?), el segundo novelador de la ciudad de Barcelona (el primero fue Juan Marsé) que obtiene con merecimiento sobrado esa máxima distinción. Mendoza ha narrado Barcelona desde las postrimerías del siglo XIX hasta la actualidad, entre burlas y veras, sublimando y degradando, con ternura y jocosidad, haciendo desfilar criaturas de todas las clases sociales, erigiendo en protagonistas a canallas y criminales, a empresarios y burgueses, a anarquistas y desheredados, a orates y hasta a extraterrestres, como el hilarante Gurb. Pero el haber convertido a Barcelona en el teatro de su imaginación no ha sido el mérito que ha destacado el jurado, sino el haber inaugurado en 1975, con 'La verdad sobre el caso Savolta', "una nueva etapa de la narrativa española en la que se devolvió al lector el goce por el relato". Y esto, que es cierto, no agota los méritos de cuarenta años de trayectoria.

FUERZA NARRATIVA

Cuando Mendoza se puso a escribir esa novela cuyo título original fue 'Los soldados de Cataluña', la narrativa española sufría el azote del tifón devastador que fue el experimentalismo. Las novelas se habían convertido en amasijos de texto impenetrables para el lector inocente que acudiera a ellas en busca de una buena historia. El placer del texto (fuera el que fuera) había sustituido al placer de una trama absorbente y reveladora. El tedio había sustituido a la emoción. Mendoza decidió escribir una novela como las que a él le gustaba leer, como las de Pío Baroja o las de Joseph Conrad, llena de personajes cautivadores y de acciones trepidantes. Mezcló los géneros populares, la novela detectivesca, la novela histórica, el folletín melodramático, la intriga judicial, y se remontó hasta los años del pistolerismo en Barcelona en busca de una época preñada de posibilidades novelescas. Creó personajes de toda condición, les insufló pasiones sombrías y elevadas, y los enredó en un argumento fraccionado y lleno de dobleces. El resultado, 'La verdad sobre el caso Savolta', tuvo una fuerza narrativa inusitada y de inmediato desatascó el desagüe del hermetismo narcisista de los años anteriores. Empezaron a fluir las narraciones gozosas.

MESTIZAJE PICARESCO

El gusto posmoderno por reciclar irónicamente géneros populares (que aún estaba por desembarcar en España) de pronto tuvo en Mendoza a un representante de primer orden. Para confirmarlo, en 1979 publicó una descacharrante parodia en la que hibridaba la novela picaresca y la novela policiaca: 'El misterio de la cripta embrujada'. El cóctel no podía ser más original, porque se remataba con un narrador-detective delirante (literalmente un loco) que contaba sus andanzas en un castellano artificiosísimo que imitaba el del siglo de oro. Con esta novela Mendoza exploraba una veta narrativa que ha continuado hasta ahora mismo y en la que la sátira social de tipos y costumbres se combina con la peripecia hilarante de unos personajes estrafalarios, farsescos, esperpénticos y, sin embargo, a menudo muy reconocibles. No es muy arriesgado decir que en este registro Mendoza se encuentra a sus anchas, que es donde da rienda suelta a su visión desencantada y sarcástica de la realidad, y lo demuestra la última aventura de este sabueso chiflado, 'El secreto de la modelo extraviada' (2015).

BARCELONA PROTAGONISTA

Pero el do de pecho del novelista de mayor empeño lo dio en 1986 con 'La ciudad de los prodigios', cuando el impulso a favor de recuperar la narración ya había cuajado y toda una generación de jóvenes escritores entraban en ese cauce. Mendoza escribió la gran novela de Barcelona. Eligió a un personaje-guía, Onofre Bouvila, y una época, la que medió entre las dos exposiciones universales (1888-1929), para contar la metamorfosis de la ciudad, el hormigueo de su fauna urbana desde las cloacas hasta los templos de la opulencia, las trapacerías de una burguesía pretenciosa e insaciable, las luchas por el medro social y la supervivencia. Con más complacencia que en su primera novela, Mendoza se dejó llevar por su don narrativo y encadenó anécdotas y peripecias, se metió en vericuetos detrás de personajes secundarios, siempre trazados con esmero, y tejió un tapiz humano denso y bullicioso a través del que desfiló la crónica cotidiana de una ciudad que se quiso moderna y lo fue.      

Los merecimientos de Eduardo Mendoza desbordan el de haber reconducido la novela española a los caminos narrativos de estirpe cervantina (y barojiana), pero solo ese ya sería sólido sustento del premio que celebramos.