CRÍTICA DE CINE

'La reina de España': cualquier tiempo pasado fue mejor

BEATRIZ MARTÍNEZ

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Tiene 'La reina de España' un marcado aire crepuscular. Han pasado 20 años desde que nos acercáramos a las andanzas de sus personajes intentando buscarse la vida en la Alemania nazi y ahora, ya reinsertados sin remedio en la España de Franco, parecen haber claudicado ante la apatía de los nuevos tiempos a través de una existencia gris y marchita. Siguen siendo unos supervivientes, pero está claro que han perdido su brillo. Y algo parecido le ha pasado a Fernando Trueba a la hora de retratarlos. Los seres que habitaban 'La niña de tus ojos' han quedado reducidos en 'La reina de España' a unas meras caricaturas sin chispa ni gracia, como si se tratara de sombras que pululan por un decorado artificial en el que se vislumbran los hilos de una tramoya lánguida y añeja, tan mohosa como inerte. 

En su regreso a la comedia, Fernando Trueba vuelve a optar por una trama coral, pero se olvida de dotar de cohesión interna a una narración que carece de un tono uniforme. Adopta en un primer momento el punto de vista de Blas Fontiveros (Antonio Resines) como forma de introducirnos en el relato, y termina olvidándose completamente de él para sumergirnos en una interminable sucesión de 'sketches' caóticos, arbitrarios y, en conjunto, anticlimáticos. Tampoco acompaña el guion y sus abisales fallas de ritmo, de lo que resulta un filme sin fluidez, sin estructura interna, en el que la única figura que vuelve a resultar luminosa es la de una Penélope Cruz que, de alguna manera, se las compone para dar sentido al desconcierto que se genera a su alrededor.

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