Jonathan Safran Foer y la insoportable gravedad de ser judío

Entre la historia familiar y la distopía, en 'Aquí estoy' funciona mejor lo primero

Jonathan Safran Foer

Jonathan Safran Foer / XAVIER GONZÁLEZ

SERGI SÁNCHEZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

“Yo nací en la comunidad judía, pero ahora practico el narcisismo”. La filmografía de Woody Allen es un saco de chistes sobre el judaísmo, aunque este en particular parece perfecto para definir la monumental novela de Jonathan Safran Foer, la primera que publica en 11 años. Sus setecientas páginas parecen una película de Allen que quiere emular a Philip Roth. A lo largo y ancho del ambicioso árbol genealógico -que se remonta, metafóricamente, a la historia bíblica de Abraham, el parricida en potencia- que la sustenta, cuelga, en la cúspide, la crónica de un matrimonio que se resquebraja, con una de sus ramas -Jacob Bloch, frustrado escritor para televisión, en plena crisis de la mediana edad, algo así como el Alvy Singer de 'Manhattan' imaginado por Wes Anderson- a punto de soltar lastre. A su lado, entre una multitud de estrellas invitadas, el hijo que se enfrenta a su herencia religiosa pensando que el ‘bar mitzvah’ es más irreal que su doble femenino en la realidad virtual, y el abuelo que, superviviente de la Shoah, responde al nombre de, adivinen, Isaac

{"zeta-legacy-despiece-vertical":{"title":"'Aqu\u00ed estoy' \/ 'S\u00f3c aqu\u00ed'","text":"Jonathan Safran Foer Trads. de Carles Andreu \/ Alexandreu Gombau Seix Barral \/ Amsterdam 709 \/ 632 p\u00e1ginas 23,90 \u20ac \u00a0"}}

Este ‘dramatis personae’ es suficiente para armar una excelente novela, y en cierto modo 'Aquí estoy' lo es. La fluidez y el ingenio con que Foer dialoga con sus personajes, escucha las contradicciones entre lo que dicen públicamente y lo que se dicen a sí mismos, es admirable. La decepción marital está contada con una amplia riqueza de matices -nutrida, suponemos, del turbulento divorcio del escritor con la también escritora Nicole Krauss-, que incluyen la rabia, la frustración y la culpa como sustantivas obligaciones de la vida de esas parejas que descubren que siguen juntos para arropar cada día a sus hijos a la luz de falsas estrellas fosforescentes.

A la tragicomedia doméstica le aparece, bien mediado el texto, un cáncer apocalíptico, una catástrofe distópica que convierte la hasta entonces novela de personajes en novela de tesis. Un terremoto destruye Israel y el mundo árabe aprovecha para ajustar cuentas con sus enemigos. Pura política-ficción, como 'La conjura contra América', de Roth. Como el Holocausto de 'Todo está iluminado' y el 11-S de 'Tan fuerte, tan cerca', el escenario de un Israel devastado le sirve a Foer para cabalgar sobre los lomos de la Historia, para trazar, en este caso, paralelismos entre la crisis familiar y el cisma político.

DERIVA

Cuando 'Aquí estoy' despliega sus intereses hacia la alegoría, da la impresión que se repliega sobre sí misma, que pierde su aliento clásico para convertirse en un ‘patchwork’ de monólogos, declaraciones de intenciones y desvíos vagamente posmodernos, y que el narcisismo del chiste de Allen empieza a asomar el morro en lo que parece el intento de hacer la novela definitiva sobre qué significa ser judío. Cada capítulo, por sí mismo, es literatura de primera división, pero 'Aquí estoy' es menos que la suma de sus partes, como si Foer, en un ataque de autoindulgencia, hubiera diseñado el conjunto sin marcarse límites, sin medir los vínculos entre lo micro y lo macro. Jacob, por supuesto, sigue siendo su centro de gravedad, intentando atraer los asteroides de un Israel escindido y encendido para apropiárselos, para transformarse por fin en símbolo de un pueblo que no ha sabido gestionar sus propias contradicciones. Su historia y la de su familia acaba resultando más estimulante que la de un Estado al borde del colapso.