Seudónimos, heterónimos, anónimos y huraños: ocho grados de anonimato
Han sido infinidad los escritores que han blindado su identidad ocultando su verdadero nombre, creando múltiples personalidades o ocultándose personalmente
Ernest Alós
Coordinador de Opinión y Participación
Periodista
ERNEST ALÓS / BARCELONA
SEUDÓNIMOS TRANSPARENTES
George Orwell.
La historia de la literatura está abarrotada de seudónimos. Muchos de ellos, sin embargo, son simplemente ‘pen-names’, nombres artísticos que, por infinidad de motivos, asume un escritor y que dejan en el anonimato su nombre real pero no su identidad, perfectamenta conocida, tras adoptar un nombre más comercial, adaptar o disimular un apellido de origen foráneo, conflictivo o impronunciable, homenajear a una figura admirada... Arthur Blair (George Orwell), Alberto Pincherle (Alberto Moravia), Guillaume Apollinaire (Wilhelm Albert Włodzimierz Apolinary de Waz-Kostrowicki), Josep Conrad (Józef Teodor Konrad Korzeniowski), Azorín (José Martínez Ruiz), Mark Twain (Samuel Langhorne Clemens), Anatole France (François-Anatole Thibault), Molière (Jean-Baptiste Poquelin), Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto)...
UNA IDENTIDAD OCULTA (HASTA QUE...)
Anne Perry.
El seudónimo puede ser utilizado hasta las últimas consecuencias, como un intento de ocultar la autoría de una obra o un pasado incómodo. Pero el secreto, y así le ha ido a Elena Ferrante, suele tener fecha de caducidad (salvo contados casos como el de B. Traven). Anne Perry no pudo ocultar que en realidad era Juliet Marion Hulme, condenada por asesinato en su infancia. Patrick O’Brian escondía a un real Richard Patrick Russ, británico y no irlandés. Tras Lobsang Rampa se descubrió a un tal Cyril Henry Hoskin que no tenía nada de tibetano. Brian O’Nolan fue Flann O’Brien y Brian Nuall’in mientras tuvo prohibido publicar en tanto que funcionario...
LOS HETERÓNIMOS
Fernando Pessoa.
El caso extremo de disolución literaria de la identidad es el de los heterónimos de Fernando Pessoa, cada uno con una biografía y una estética detrás: Alvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Bernardo Soares... Igual que Antonio Machado fue Juan de Mairena y Abel Martín, y Max Aub, Jusep Torres Campalans..
MUJERES ENMASCARADAS
Charlotte Brontë.
Un caso especial es el de las escritoras que debieron adoptar una firma masculina para esquivar los prejuicios sexistas. Las hermanas Brontë (Currer, Ellis y Acton Bell), Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero), Caterina Albert (Víctor Català)... La versión contemporánea: el uso de iniciales (C. L. Moore).
A PRUEBA
Algunos autores consolidados prueban suerte con un nuevo género y quieren comprobar cuál es su aceptación sin el beneficio del peso de su firma, o se reservan la revelación hasta que se ha comprobado el éxito: J. K. Rowling (Robert Galbraith), Romain Gary (Émile Ajar) o Francisco González Ledesma (Silver Kane en la literatura de kiosko, pero también, en el 2007, se ocultó en el lanzamiento de un best-seller histórico como Enrique Moriel)
ANÓNIMOS BLINDADOS
El anonimato radical pasa por no firmar la obra, o hacerlo con el nombre del personaje de ficción. Algunos anonimatos han resistido siglos y siguen siendo objeto de debate, como el del autor de ‘El Lazarillo de Tormes’. Otros más chuscos, como el de Jerónimo Stilton (Elisabetta Dami), no.
OTRA MARCA PARA LA SERIE B
John Banville.
Otro formato clásico es el de los autores literarios que reservan el seudónimo para sus novelas de un género que consideran menor (policiaco, romántico, fantástico) o, incluso de autores de varios géneres que quieren diferenciar de su producción principal del resto, sin ocultar que son autores de ambas. Howard Allen O’Brien firma como Anne Rice sus novelas fantásticas y como A.N. Roquelaure las eróticas. El irlandés John Banville se convierte en Benjamin Black en el género negro, igual que Joyce Carol Oates pasa a ser Rosamond Smith y Lauren Kelly, o Sarah Lark firma manuales de equitación con su nombre real de Christiane Gohl.
HURAÑOS EVASIVOS Y SU VERSIÓN 3.0
J. D. Salinger.
De J. D. Salinger y Thomas Pynchon conocemos su nombre y biografía básica (del primero algo más que eso tras su muerte y la publicación de su biografía; del segundo algo menos, hasta el punto de que se duda de su verdadera identidad). Estos escritores evasivos han elegido otra fórmula del anonimato, quizá más posible en tiempos preinternet que hoy: firmar con su nombre pero ocultarse de los medios hasta llevar una vida incógnita (en la que quizá sea donde lleven seudónimo). Un anonimato 3.0 es el de la catalana Marta Rojals: reservadísima en lo presencial pero activísima en la red.
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