'HISTORIAS DE JUEGO DE TRONOS' (18)

Historias de 'Juego de tronos' (18): La pequeña edad de hielo

JUEGO DE TRONOS HIELO

JUEGO DE TRONOS HIELO / periodico

ERNEST ALÓS

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El mundo creado por George R. R. Martin tiene una peculiaridad: estamos en un planeta redondo, se supone que gira en torno a un sol pero las estaciones no cambian cada tres meses y de forma alterna en cada hemisferio debido a la inclinación de la Tierra sino a su aire: los veranos pueden durar más o menos años (¿cuánto dura un año?) y los inviernos también. Quizá la ‘tierra’ de Martin no esté inclinada. O el sol gire en torno a ella, como en los títulos de crédito de la serie.

Con todo, como nos recordó Brian Fagan en sus libros ‘El largo verano’ y ‘La pequeña edad de hielo’, el clima de la Tierra nunca ha sido estable, ni siquiera desde que acabó la última glaciación y se desarrolló nuestra civilización. Según Fagan, esta se ha desarrollado durante los últimos 15.000 años gracias a este ‘largo verano’, con algunos baches que han transformado o incluso destruido culturas: desde cortos enfriamientos debidos a erupciones volcánicas (el año sin verano, 1816) hasta la ‘pequeña edad de hielo’ (entre los siglos XIV o XVI hasta 1850. Las causas no están claras (vulcanismo, actividad solar, corrientes marinas…) pero seguro que no fue la llegada de unos zombies congelados. Y que si algo está a punto de llegarnos, es un verano lleno de CO2.

Y aquí un apunte teórico: desde Tolkien, los críticos de la literatura fantástica definen como mundo primario nuestra realidad y como mundo secundario un universo ficticio. Así que estos días hemos repasa cómo Martin relaciona mundo primario y secundario. Y queda claro que la fantasía no corre desatada al crear este universo imaginario (‘worldbuilding’, le llaman también): aunque te inventes estaciones, especies animales, geografías, cosmologías los protagonistas curiosamente siempre son humanos, con dos ojos, dos piernas, dos brazos... No parece muy coherente, aunque… ¡a ver quién se atreve a escribir un ‘juego de amebas’!

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