EL LIBRO DE LA SEMANA

Neil Gaiman, el príncipe de las historias

Los mejores relatos de 'Material sensible' se ponen una máscara como lo hacían los episodios más brillantes de 'The Twilight Zone', para luego arrancársela de cuajo

Neil Gaiman

Neil Gaiman / periodico

SERGI SÁNCHEZ

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A uno no le cuesta imaginarse a Neil Gaiman como ‘The Sandman’. A su más célebre criatura también se le conoce con el nombre de Príncipe de las Historias, una especie de sombra gótica que se sentía tan cómodo con túnica siniestra como con camiseta y vaqueros, y cuyo espíritu gravita sobre estos cuentos, que disfrutan poniendo un pie universos reconocibles para luego desplazarlos 10, 20 grados a la derecha, y revelarnos su extrañeza.

Cada cuento es un sueño robado, que parece desplegarse en un territorio que está entre la vigilia y la fase REM, y la suma de todos ellos es también la de las filias de Gaiman (Dickens, Bradbury, la serie 'Doctor Who', Sherlock Holmes, Wilkie Collins, Gene Wolfe, Arthur C. Clarke), la de la constitución de un imaginario riquísimo y misterioso que sabe que, como dice la moderna Cenicienta de 'Diamantes y perlas', “la belleza es verdad y la verdad es belleza”.

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Como temiendo que lo tachen de disperso, Gaiman quiere unificar este heterogéneo material, mayormente publicado en revistas y antologías varias, con una introducción que sirve como declaración de principios y cuaderno de bitácora, anclando cada cuento en una anécdota o una explicación, tan detallada como prosaica, que lo sitúa en lo que parece una constelación inabarcable. Recomendamos leerla como si fuera un epílogo, para no desvelar sorpresas que pueden echar al traste la lectura, pero sirva como ejemplo de la modestia de su autor.

Eso no significa que estos relatos no guarden sus secretos: por poner dos ejemplos afines, que trabajan su filiación con la mitología céltica sin resultar derivativos, 'Un laberinto lunar' o 'La verdad es una cueva en las montañas negras…' atraviesan un universo opaco y tenebroso donde la avaricia, el castigo, la pérdida y el diálogo con la muerte adquieren un sentido esotérico, iluminado por la claridad expositiva del estilo (no tan afortunado cuando se acerca a la poesía en el cuento que abre la colección, 'Cómo montar una silla').

El giro final

Dice Gaiman que sus relatos hablan de las máscaras que todos llevamos. En cierto modo, los mejores de la compilación se ponen una máscara como lo hacían los episodios más brillantes de 'The Twilight Zone', para luego arrancársela de cuajo y sorprender con un giro final que nos habla de la complejidad moral de la condición humana, y de su capacidad para escapar de la realidad tropezando siempre en la misma piedra.

Pienso en 'Naranja', estructurada como las 70 respuestas en tercera persona a un cuestionario de investigación por escrito del que nunca conocemos las preguntas, o 'Lo que pasa con Casandra', en la que el protagonista se encuentra con una primera novia que nunca existió 20 años después de su mentira, o 'Una historia de aventuras', donde princesas aztecas, abducciones y pterodáctilos se deslizan por la confesión de una madre cuyo sentido de la aventura se reduce a aparcar siempre en el mismo sitio.

Detrás de sus homenajes a Harlan Ellison y Ray Bradbury, detrás de su adoración por la cultura popular y la literatura de género, Gaiman nos entrega a los dominios de esa oscuridad que se encierra en un armario o en el fondo de nuestra imaginación. En lo real se encuentra lo ominoso, y es en ese espacio intermedio, que no tiene nada de zona de confort, donde Gaiman disfruta escribiendo, como un niño que intenta recordar sus sueños con los ojos cerrados, aterido de frío y curiosidad.