LA GRAN CITA DEL HEAVY

Y Iron Maiden invocó a la bestia

Más de 60.000 personas han invadido Sant Coloma este fin de semana en la tercera edición del ya referencial Rock Fest Barcelona

ROCK FEST  Ambiente y publico en el Festival

ROCK FEST Ambiente y publico en el Festival / periodico

ANNA ROCASALVA / SANTA COLOMA

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Iron Maiden ha invocado a la Bestia al grito de “¡666! ¡The number of the Beast!” y una marea rockera de más de 60.000 personas ha invadido Santa Coloma este fin de semana. Todos los meses de julio desde hace tres años, el Rock Fest Barcelona inunda de negro, pinchos, cuero y melenas las calles de esta ciudad, que se ha acostumbrado a ver metaleros exhaustos tumbados, entre vasos vacíos de litro, en el césped del Parque de Can Zam. Bajo el sol achicharrante del mediodía, nada les detiene; la fatiga -sobrellevada con mucha cerveza- es momentánea, pero este festival no es apto para blandengues. Con 41 conciertos -siete más que el año pasado-, la tercera edición del Rock Fest se ha convertido en el festival de referencia en Europa, con un cartel de categoría con bandas como Iron Maiden, Slayer, Whitesnake, Blind Guardian, Dragonforce, Twisted Sister, Thin Lizzy y Anthrax, entre muchos otros. El éxito ha sido rotundo y la organización ya se prepara para el año que viene.

Durante tres días, la fiesta no tiene freno desde las once de la mañana hasta las cinco y media de la madrugada, y produce situaciones de lo más curiosas como las miradas indiscretas que los ancianos más valientes del barrio dirigen a cuarentones con cazadoras tejanas sin mangas, mallas ajustadas y melenas hasta el culo. “Mira cómo se pasean los octogenarios! Claro, como el sábado no hay obras, vienen a ver a los ‘melenudos’ ”, comenta, divertido, un fan de Iron Maiden. Pero la simbiosis entre estos adoradores del metal y la ciudad es total y los comerciantes de la zona están encantados de que se celebre en Can Zam. “Los ingresos se nos duplican un 100%”, explica Marc Esquirol, el hijo del restaurante Montferry, el más cercano al Rock Fest, “Se nos llena todo el bar de rockeros! Muchos de ellos son extranjeros que ya han venido otros años y nos vienen a saludar. El ambiente es genial”.

VISITANTES INTERNACIONALES

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Cerca del restaurante, en la colina donde se vislumbra toda la monstruosidad del recinto, siete moteros de Stuttgart (Alemania) se hacen un selfi. Cumpliendo con el cliché, la piel quemada delata su paso por la playa de la Barceloneta, pero están listos para ver a su ídolo el cantante de Iron Maiden, Bruce Dickinson. Al otro lado de la colina, sentado en la terraza de Frankfurt’s Can Zam, un orgulloso Roy Jones, de Inglaterra, muestra su tarjeta personal: “Never too old for rock‘n'roll”, reza la identificación. Roy y sus amigos han decidido celebrar la despedida de soltero de uno de ellos en el Rock Fest. Y es que este festival ha conseguido reunir a espectadores de más de 47 países, además de rockeros venidos de toda España.

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Pero los ingleses no son los únicos que van de despedida. Una situación parecida, pero mucho más cruel es la que vive Javier Pérez, que intenta convencer al responsable de seguridad para que le deje entrar una cruz de dos metros. Su hermano Fran y sus amigos santanderinos le han obligado a pasearse por el Rock Fest disfrazado de Jesús, con unas letras en la espalda que dicen: “Comienza mi penitencia, me caso”. Eso sí, este peculiar Jesucristo no parece muy penitente, más bien todo lo contrario. Envalentonado, con un litro de cerveza, en vez de vino, en una mano y una corona de laureles, en vez de espinas, en la cabeza; se ha propuesto subir la cruz en el escenario de Iron Maiden.

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A medida que uno se acerca más y más al recinto, puede notar la vibración de la música en los tímpanos y bajo los pies. Dentro, está todo pensado para hacer realidad la fantasía más rockera. Hay dos escenarios gigantescos, puestos de perritos calientes, cuatro barras para pedir cerveza, guitarras gigantes con las que hacerse fotos, un karaoke y hasta el Trono de Hierro de 'Juego de tronos'. Pero si se quiere sobrevivir económicamente al Rock Fest hay que ir saliendo fuera del perímetro para comprar bebida y comida. “Nueve euros por una birra me parece totalmente inaceptable”, explica un fan de Rata Blanca, “Por eso nos llevamos la neverita dentro del coche y vamos saliendo y entrando”.

EL AGUJERO DE LA VALLA

Tampoco faltan los que intentan colarse por la cara en el festival. El mecanismo es relativamente sencillo: que alguien de dentro del recinto se saque la pulsera acreditativa y la pase a través de un agujero de la valla. “Por eso los de la organización te aprietan la pulsera hasta que parece que se te va a cortar el riego”, comenta David, un espectador que tiene el pase de los tres días, “No se la podría pasar a nadie ni aunque quisiera porque no me cabe ni un dedo”.

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Al contrario de lo que se pudiera pensar, en este espectáculo de hierro, fuego y decibelios destaca el ambiente familiar. El barcelonés Óscar Ortega acompaña a su hijo de 16 años y a sus dos amigos adolescentes a ver por primera vez Iron Maiden: “Hace un año y medio empecé a introducir a mi hijo en el mundo de la música rock y ahora es él quien me descubre bandas a mí”, explica orgulloso, “De vez en cuando desaparezco para que ellos campen un poco a sus anchas pero me gusta mucho compartir esta afición con mi hijo”. Y es que el rock se lleva en la sangre y pasa de generación en generación, piensan Laura Gutiérrez y su marido, Marc Nicolau. La organización ha pensado en todo y ha habilitado una zona para personas con movilidad reducida y embarazadas. “Ahora mismo el bebé ya está aprendiendo algo de música”, dice la futura madre mientras se frota su barriga de seis meses.

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A las nueve de la noche arden las antorchas y manos alzadas al cielo elogian los cantos sagrados. El ritual ha empezado y Iron Maiden despliega todo su repertorio. Miles de metaleros corean las canciones mientras un Bruce Dickinson -en plena forma tras haber superado un cáncer de lengua fruto del sexo oral, según dijo él mismo- hace arder el escenario. La banda británica no defrauda e interpreta desde sus últimas canciones hasta sus 'hits' más clásicos. Los heavies no bailan pero hacen girar sus melenas a modo de ventilador cuando el apogeo de la música así lo requiere. “Son años de entrenamiento para que no te duela el cuello y no te marees”, explica Dani, un metalero ataviado únicamente con un kilt o falda escocesa. Y más le vale estar entrenado porque la música no para hasta la mañana siguiente.

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En la salida del Rock Fest, los apóstoles santanderinos buscan a su Jesucristo perdido. “La despedida ha acabado tal y como decía la profecía. Seguro que mi hermano resucita al tercer día”, dice Fran. Lo que sí es seguro es que cuando Javier despierte de la resaca, abrazado a su cruz, recordará el estribillo de la conocida canción: “Fue todo esto real, o una simple confusión? ¡666! ¡The number of the Beast!”