CÓMIC
Palabra de Hergé
El archivista y experto Dominique Maricq reúne frases, pensamientos y opiniones del creador de Tintín en un breve volumen ilustrado
Anna Abella
Periodista cultural
En esta casa desde 1990. Periodista cultural. Buceando en el mundo de los libros desde 2005.
ANNA ABELLA / BARCELONA
El propio Hergé cerró la puerta: “Tintín soy yo, igual que Flaubert decía: ‘¡Madame Bovary soy yo!’. ¡Son mis ojos, mis sentidos, mis pulmones, mis tripas!... Es una obra personal. (…) Si otros retomaran Tintín, lo harían quizás mejor, o quizás peor. Pero una cosa es segura: lo harían de otra manera y, entonces, ¡ya no sería Tintín!”. De acuerdo con el dibujante belga está Dominique Maricq, experto y archivista de la Fundación Moulinsart, que custodia los derechos de su obra. “No quería que otros continuaran a Tintín, no sería lo mismo”, afirma a su paso por Barcelona el autor de ‘Hergé por él mismo’ (que Zephyrum Ediciones publica en castellano y catalán).
Para este conciso volumen, ilustrado con fotos, dibujos y viñetas, editado en Francia en el 2007 en una colección de formato breve, Maricq (Bélgica, 1953) tuvo que hacer una “selección radical” de frases y opiniones vertidas por Georges Remi , Hergé (1907-1983) en entrevistas y cartas (unas 40.000, privadas, profesionales y a fans). Siguiendo el hilo de su vida, en ellas figuran todas “sus luces y sombras”.
RACISMO Y ANTICOMUNISMO
‘Criado’ en los ‘boy scouts’, de cuyos valores nunca renegó, Hergé empezó a materializar su talento para el dibujo en el periódico ‘Le Vingtième Siècle’, cuyo director, el abad Wallez, ejerció de mentor y le ofreció llevar ‘Le petit Vingtième’, donde nacería Tintín en las historietas que el propio Hergé calificó de “pecados de juventud”: ‘Tintín en el país de los soviets’ (1930), por el que se le acusó de anticomunista, y ‘Tintín en el Congo’ (1931), de racista. “Si tuviera que hacerlos de nuevo, los haría de otra manera, seguro”, decía, atribuyéndolos a la influencia de la mentalidad dominante de la época colonial. “Nunca pretendió ser racista, no reflexionó lo suficiente. Era muy joven –explica Maricq-; el diario era católico y nacionalista; el abad, fascista y carismático, y la sociedad belga de los años 30, plenamente colonial. Pero pronto maduró y conoció a su amigo Tchang”. Fue este joven estudiante chino -cuya amistad inmortalizó en ‘El loto azul’(1936) y 24 años más tarde, en ‘Tintín en el Tíbet’ (1960)- quien le hizo ver que “aquellos prejuicios y arquetipos no tenían razón de ser y desde entonces empezó a documentarse minuciosamente para cada historieta para evitar caer en ellos”.
COLABORACIONISMO
La otra gran sombra que nunca abandonó a Hergé fue, tras la segunda guerra mundial, la acusación de colaboracionismo durante la ocupación nazi y que coincidió con su periodo creativo más brillante (‘El cangrejo de las pinzas de oro’, ‘El secreto del Unicornio’, ‘El tesoro de Rackham el Rojo’, ‘Las 7 bolas de cristal’). ‘Le Vingtième Siècle’ cerró y le surgió “la gran oportunidad” de trabajar en ‘Le Soir’, diario bajo control alemán que tiraba 300.000 ejemplares, ampliando su fama. “No reflexionó sobre las consecuencias -opina Maricq-. Cayó en el egocentrismo del artista”. Se defendía el propio Hergé: “Yo pertenezco al bando de los que practican su oficio con la mayor conciencia posible, y saludo a todas las víctimas de la guerra, pertenezcan al bando que pertenezcan”.
Apunta el archivero que “su gran respeto por la amistad y la palabra dada” le llevó a ayudar económicamente a muchos de sus amigos -periodistas, críticos, escritores, dibujantes- que como él trabajaron durante la ocupación y fueron luego detenidos, condenados y encarcelados. A Maricq, cuyo padre estuvo en un campo nazi, le cuesta aceptar el colaboracionismo de Hergé, cuyo expediente se cerró en diciembre de 1945. “Un amigo me enseñó una lista real de colaboracionistas y entre ellos estaba el de la primera mujer de Hergé, Germaine, que fue muy amiga del SS y político belga León Degrelle, tenía una clara ideología de extrema derecha y tuvo mucha influencia sobre él”.
RUPTURA CON GERMAINE
El libro da cuenta de cómo explicó Hergé su ruptura con Germaine, a la que conoció como secretaria de ‘Le Vingtième Siècle’. “Ambos sentimos la influencia del abad en esta especie de intransigencia moral”. Ella, decía, era más “experta” que él en el ejercicio de esta intransigencia: “Pero sin duda yo no estaba muy capacitado para tanto rigor; y eso fue en parte la causa de nuestra desunión. (...) Resumiendo, no estaba hecho para ser un santo, ni un héroe”, asume.
Y en 1955 se enamoró de Fanny Vlamynck, colorista de la revista ‘Tintín’. De ella destaca “el sentido de la sonrisa y una extrema finura para comprender y apreciar a los demás, una viva tolerancia hacia la gente”. Añade Maricq: “era más joven, moderna, nada dominante”. Gracias a ella culminó una “revolución en su vida y su mentalidad”, “se abrió al mundo”, a la música de los Beatles, Pink Floyd o Keith Jarrett y al arte moderno, interés que plasmaría en su última e inacabada obra, 'Tintín y el arte alfa'. De hecho, una exposicion en el Gran Palais de París mostrará algunas de las obras que el dibujante coleccionó y otras de la treintena que él mismo pintó. Será el 28 de septiembre, mes en que Zephyrum publicará también el libro 'Hergé y el arte', de Pierre Sterckx.
TRAS LA DEPRESIÓN
El artista venía de una época de depresión, estaba “cansado, extenuado y desbordado” y “a pesar del éxito y el dinero no estaba bien consigo mismo”. Buscando “meditación y reflexión” halló refugio en un monasterio benedictino y descubrió el psicoanálisis y la filosofía oriental. Para entonces, sigue Maricq, ya “había abandonado toda creencia sobre la religión católica y los dogmas. Dios no le daba las respuestas que buscaba para hallar su camino y aceptarse como es”. En palabras de Hergé: “Sí creo en algún tipo de inteligencia superior que hace que todo, en el universo (...) funcione”.
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