Toni Morrison: viaje al origen de la culpa
'La noche de los niños' es un viaje dramático por cuatro puntos cardinales: maltrato, culpa, redención e identidad
Enrique de Hériz
Escritor
ENRIQUE DE HÉRIZ
Bride viste sólo de blanco para resaltar el halo azulado y oscuro de su piel, que encaja a la perfección con el canon momentáneo de belleza. No siempre ha sido así. En palabras de su madre, Sweetness: "Una hora después de que me la sacaran de entre las piernas ya me había dado cuenta de que había un problema. Un problema grave. Era tan negra que me asustó". Privada de cariño materno, la niña Bride consigue llamar la atención cuando miente en una acusación de malos tratos contra una maestra.
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Quince años después intenta corregir ese error trágico de su infancia, pero la maestra agraviada, que ha pasado ese tiempo en la cárcel, le depara una respuesta violenta. Mientras tanto su hombre, Booker, la abandona. Bride inicia un viaje en su búsqueda, subrayado por una evolución que inserta la novela en el realismo mágico con el que a menudo se asocia a la autora: en una obvia regresión a la infancia, a Bride le desaparece el bello púbico, se le cierran los agujeros de los pendientes, de sus pechos ya sólo quedan los pezones.
Las novelas de Toni Morrison están adelgazando. Se trata de un proceso muy parecido al que siguió Philip Roth antes de anunciar que, definitivamente, dejaba de escribir novelas. Es como si se dieran cuenta de que no les queda mucho tiempo (Morrison tiene 85 años) y sí muchas cosas que decir. Empiezan a publicar, entonces, novelas más breves, más sintéticas, más frecuentes.
En 'La noche de los niños' está casi todo lo que esperamos de la grandeza de Toni Morrison: la metamorfosis ovidiana, la belleza paradójica de una prosa elaborada, pero espontánea; una enorme ambición en el tratamiento de las voces narradoras. El lector asiduo de Morrison encontrará cruces temáticos y argumentales con 'Ojos azules', 'La canción de Salomón', 'Beloved' y 'Jazz'. La idea de que toda persona es un ser insertado en un flujo constante entre la culpa y la redención está presente en toda su obra y aquí vuelve con fuerza. Pero no nos la trae la voz de la mejor Morrison, sino su espléndido eco. Como si hubiera intentado escribir una fábula.
Al poner sus libros a dieta abandona algunos personajes una vez cumplida su función, esquematiza sus motivaciones y renuncia a su característica exuberancia descriptiva. Se permite un tono didáctico sorprendente en su trayectoria. Como si por primera vez no se atreviera a confiar en que el lector sabrá sacar las conclusiones morales oportunas. Eso confiere a 'La noche de los niños' un relativo tono de obra menor; pero un Picasso es un Picasso, tenga el tamaño que tenga.
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