Coldplay brilla en Barcelona

Concierto de Coldplay en Barcelona

periodico

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Coldplay el escenario le queda pequeño y se ha decidido a anexionar el estadio entero, con sus gradas y su público haciendo brillar los miles de pulseras repartidos antes del concierto para que así el panorama luzca como una constelación, un Sky full of stars, verdes, rojas, azules, a juego con su pop cada vez más lleno de colorines. El Estadi Olímpic fue suyo por entero, este jueves, en el primero de sus dos conciertos en Barcelona, únicas paradas en España de la gira de A head full of dreams.

Con 25 minutos de retraso, una vez todo el público había conseguido superar el via crucis de colas y controles de seguridad, redoblados en los macroconciertos de los últimos tiempos, salió el grupo de Devon, Reino Unido, al son de la canción que da título al nuevo disco, un cruce de U2 y Simple Minds que vino enmarcado en las primeras salvas de pirotecnia y ante un océano de brazaletes iluminados. Sí, el color es el concepto, y sí, Coldplay no es de los que reservan la euforia para los bises. El concierto en su conjunto tendió a una textura entusiasta, como si todo él hubiera pasado por uno de esos filtros que fuerzan los colores de las fotos y que consiguen que queden preciosas pero un poco irreales.

MÚSICA DE GRAN FORMATO / El proceso ordinario es que el grupo que gusta mucho, muchísimo, se encuentra un buen día con que puede llenar un estadio, pero desde hace un tiempo con Coldplay da la impresión de que el proceso es inverso, de que el objetivo es el estadio y la música la intermediaria, diseñada con esa intención. A head full of dreams presumió en el Estadi de sus propiedades para ser coreada, celebrada, por las multitudes, con atmósferas soleadas y estribillos compartibles. El contraste de ese material, como Every teardrop is a waterfall, envuelta en confeti, con las canciones de sus primeros tiempos se apreció cuando, en el primer tramo del repertorio, cayeron Yellow y The scientist, con acordes gruesos de la guitarra de Jonny Buckland. Y con un Chris Martin que cantó con sentimiento, quizá recordando los tiempos en que las canciones de Coldplay se expresaban desde dentro hacia afuera, sin pensar en el papel que podían ejercer en el meticuloso guión de un concierto de estadio, El cantante se expresó en un voluntarioso español, quizá reforzado en su reciente gira latinoamericana. «Buenas noches, amigos, muy felices de estar aquí en su linda ciudad, Barcelona», saludó educadamente.

PUNTOS DE LUZ / En el escenario alternativo, unido por una larga y curvilínea pasarela, se personaron los músicos para un set de menor octanaje, no le llamaremos intimista para no humillar en exceso el diccionario. Everglow, Ink Magic con instrumentaciones semi-acústicas. Ejercicio breve: Clocks, notable clásico, retomó el rumbo con su hipnótica secuencia de piano. Grandes, cambiantes, extensiones de puntos amarillos, violetas, en la pista del Estadi. Martin siguió mostrando su extrema cordialidad. «Muchísimas gracias, con todo mi corazón».

Más allá de esos ocasionales viajes a los primeros discos, el grueso del repertorio fue moderno y, por tanto, muy distinto al del concierto del 2009 en el mismo recinto. También fue más satisfactoria la calidad el sonido, que aquella vez provocó quejas del público. Coldplay practicó un perfeccionismo técnico en línea con las exigencias de esas luminosas canciones de nueva factura, como Hymn for the weekend, una de las más logradas, y la extrovertida, exótica, Adventure of a lifetime, que dio pie al lanzamiento de grandes cantidades de globos. Multicolores, por supuesto. Entre ambas piezas, una versión de Heroes, de David Bowie, de trayecto in crescendo, con la linea de guitarra original de Robert Fripp felizmente respetada por Buckland, y la guardiolesca Viva la vida, con el Estadi en pie y Chris Martin correteando a lo largo de la pasarela con una estelada sujetada al pantalón.

Tiempo de bises y el grupo, mirando hacia atrás en Don't panic y un See you soon que Martin pilotó con la guitarra acústica. Amazing day, del nuevo disco, trajo a un Coldplay en modo majestuoso, con esa épica suave en la que parece sentirse tan a gusto. Luego, A sky full of stars, el momento más feliz de su anterior disco, Ghost stories, con su base house reforzada con extra de bombo e invitando a buscar la belleza en el cielo o en la misma visión de un Estadi Olímpic con millones de partículas de confeti sobre nuestras cabezas.

Punto y final con Up&up y más pirotecnia para sellar esa noche de tonos vivos, esteticismo y celebración compartida, los valores a los que Coldplay ha querido unir su destino.