DE CASAS A PICASSO

La "voluntad extrema" de ser modernos

Francesc Fontbona reúne a 70 artistas y 192 obras en una monumental antología de la pintura modernista catalana

'Plein air' (1890-1891), óleo sobre tela de Ramon Casas.

'Plein air' (1890-1891), óleo sobre tela de Ramon Casas. / periodico

NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA

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El gran pintor modernista es Ramon Casas, con permiso de Santiago Rusiñol, que "era casi tan buen pintor como él pero además tenía la dimensión de ideólogo y líder", a juicio de Francesc Fontbona. Pero el movimiento modernista, corto en el tiempo y amplio en estilos, suma muchos más nombres: exactamente 70 son los que consigna 'Pintura catalana. El modernisme', el monumental libro que el citado historiador, especialista en el periodo, ha coordinado para Enciclopèdia Catalana y que acaba de salir al mercado con una tirada de 3.000 ejemplares, un precio de 595 euros y un peso de 7 kilos.

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El volumen, de cuidada edición, incluye 192 ilustraciones de las mejores piezas del momento. Algunas de ellas importantes pero desconocidas, como el tríptico que pintó Joan Llimona para el techo del Palau de Justícia, y otras que forman parte del imaginario del modernismo, como 'La morfina' de Rusiñol y 'Plein air' de Casas, que, pese a su éxito, no gustaba nada a su autor: "Para mí es de lo peor que he hecho este invierno", escribió en una carta en 1891. También las hay de récord; es el caso de 'El casino de París' de Hermen Anglada-Camarasa, que en el 2006, con 3 millones de euros, se convirtió en la obra de arte más cara subastada nunca en España; y olvidadas, como 'Bohèmia' de Juli Borrell, y 'La princesa y el mico' de Claudi Castelucho. E incluso las hay que a priori cuestan de asociar con el modernismo: ahí están las gitanas de Isidre Nonell o las marinas mallorquinas de Joaquim Mir.  

VOCACIÓN ANTOLÓGICA

No en vano el libro tiene ambición antológica: "No me he querido limitar a los más famosos, sino que he incluido a todos aquellos que aspiraban a ello", afirma Fontbona. Y "a ello" no es otra cosa que a la modernidad. Pues el modernismo "no fue un estilo concreto, sino una actitud de renovación consciente que se podía materializar de muchas maneras". Dicho de otro modo: "En el modernismo no hay un rasgo estilístico común. Hay un rasgo conceptual común: la voluntad extrema de modernidad sea cual sea esta". De manera que todo lo que a finales del XIX y principios del XX suena a modernidad es modernismo, de ahí que las simbolistas ninfas de Joan Brull lo sean; al igual que lo es el naturalismo de Casas, el realismo de Francesc Gimeno y el impresionismo de Marian Pidelaserra.

El libro arranca con Aleix Clapés y acaba con Picasso. Y en medio hay espacio para Adrià Gual, Alexandre de Riquer, Sebastià Junyent e incluso para la generación siguiente, que es la de Nonell, Mir, Canals, Anglada-Camarasa y el propio Picasso, el más joven de todos. "Gente que continúa teniendo la mentalidad de hacer un arte moderno. Pero a diferencia de Casas y compañía, para quienes ser moderno era parecerse a los modernos extranjeros, en el caso de Nonell y Mir, y no digamos ya de Picasso, ser moderno era hacer cosas mucho más creativas", aclara Fontbona. De hecho, Nonell se inventó una especie de expresionismo que no copió de nadie; y Mir ejecutó las obras de Mallorca sin haber visto nunca en directo impresionismo ni posimpresionismo. "En cierta manera, es un poco como Gaudí, se inventa su propia modernidad", apunta el historiador, que no niega su pasión por este pintor.   

POPULARIDAD DESEMPAREJADA

"Escoger a uno es muy subjetivo. Pero siempre he defendido que Mir es la gran figura del modernismo en el concepto amplio de modernidad. Lo que pasa es que como tuvo la suerte de vivir muchos años y de estabilizarse, a veces se olvida su primera producción, donde se aprecia a un creador brutal, a una especie de Van Gogh", sostiene. Tampoco se olvida Fontbona de Anglada-Camarasa, "el que tuvo de lejos más eco internacional. Interesó a Ivan Morozov, uno de los grandes coleccionistas del momento, y el Hermitage tiene obra suya", puntualiza.    

Comparar a Gaudí con Mir se antoja extraño si se tiene en cuenta que la popularidad de ambos no es pareja. Pero no lo es por una cuestión de conocimiento del público. El modernismo pictórico estaba en las galerías de arte, básicamente en la Sala Parés, y el arquitectónico en la calle y en los diarios. "Cuando se construía la Pedrera, continuamente había chistes en los periódicos donde la pintaban como un garaje de zepelines. Es evidente que esto convertía a la arquitectura en algo popular. Estaba en la calle", explica Fontbona, no sin antes aclarar que "el modernismo no fue  solo pintura, arquitectura, escultura y artes decorativas, sino también literatura y música. Maragall era modernista y Granados era modernista. Fue un movimiento cultural". 

COLOFÓN DESCONOCIDO

Y en las antípodas de la longevidad de Mir y del reconocimiento de todos los citados está Auguste Hénault Bassols, el colofón de la monumental obra. "No pretendo que nadie piense que fue tan importante como Casas, entre otras cosas porque murió muy joven, pero en 1905 pintaba y tenía tanta calidad como los otros. De manera que siempre me ha gustado subrayarlo", concluye Fontbona.