CRÍTICA

'El recuerdo de Marnie': un hermoso adiós

NANDO SALVÀ

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Por si una película sobre la depresión infantil no fuera algo suficientemente raro, he aquí una película sobre depresión infantil hecha para niños. Para tratar su aflicción, la protagonista de 'El recuerdo de Marnie' es mandada al campo y allí, gracias a una mansión abandonada junto al mar que la empuja a los recovecos de su imaginación, comienza una curiosa aventura veraniega que funciona como tierna fábula que habla de la amistad y de aprender a aceptar el pasado y a uno mismo.

La segunda película de Hiromasa Yonebayashi se muestra menos inclinada a la fantasía que otras obras de Ghibli y quizá por eso su envergadura es más limitada que la habitual en el cine de Hayao Miyazaki. Pero la influencia del gran maestro del estudio japónes es en todo caso evidente, en el diseño de cada personaje, en los exquisitos colores y texturas de cada fondo. Puede que en general no merezca un sitio al lado de los mejores títulos de la productora, pero aun así incluye sigilosos momentos de poesía visual dotados de belleza insuperable. Y asimismo resulta admirable por su estoico rechazo a caer en lo sensiblero, y su capacidad para lidiar con asuntos como la pérdida y la muerte sin dejar de creer en la magia.

Miyazaki e IsaoTakahata, fundadores de Ghibli, decidieron jubilarse recientemente y ello convierte a 'El recuerdo de Marnie' en la última producción del estudio, al menos hasta nueva orden. Eso, por supuesto, la dota de una relevancia extraordinaria. A medida que el filme alcanza su conmovedora conclusión, resulta inevitable recordar hasta qué punto Miyazaki y los suyos han transformado el arte de la animación, y sentirnos devastados por lo mucho que los echaremos de menos.