TRIBUNA

El gran obrador de la dramaturgia catalana

Una implacable operación inmobiliaria ha acabado propiciando, sin pretenderlo, el crecimiento y el absoluto reconocimiento público de la Sala Beckett

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SERGI BELBEL

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Tengo un recuerdo fantástico de cómo se gestó y creó la Sala Beckett. Desde 1986, aproximadamente, un grupo de alumnos de la Universitat Autònoma, entre los que estaba Toni Casares, nos apuntamos a diversos talleres con El Teatro Fronterizo que capitaneaban José Sanchis Sinisterra y Luis Miguel Climent. Eran unos momentos realmente especiales para el teatro en Barcelona y Catalunya. Empezaban a surgir jóvenes actores y autores interesados en la nueva dramaturgia y, en particular, en la nueva textualidad.

Los talleres de Sanchis Sinisterra eran absolutamente innovadores y llenos de gente interesantísima procedente del mundo del teatro y de la danza y también de la escritura. Los "ejercicios sistémicos" de Sanchis causaban furor y provocaban que muchos de los que estábamos allí empezáramos a escribir y a plantear escenas, pequeñas piezas... Algunas se escenificaban u originaban textos que posteriormente se estrenaban incluso en otros teatros. Otras se leían. Cada vez más gente se interesaba por aquellos cursos, en los que Sanchis nunca escondía su fascinación por Samuel Beckett.

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El local donde El Teatro Fronterizo tenía la sede se hizo pequeño para tanta actividad. Por eso, Climent y Sanchis, con la ayuda inestimable de Pilar Molina y de Manuel Dueso y de otros colaboradores entusiastas, encontraron y adecuaron el local de la calle Alegre de Dalt y se lanzaron a esta extraordinaria aventura que ha sido (y es) la Sala Beckett, el teatro que, a mi entender, ha revolucionado y ha hecho estallar la dramaturgia catalana no solo en nuestro país sino también fuera de nuestras fronteras.

EL EMPRESARIO DE LA CONSTRUCCIÓN

La labor que en estos 25 años ha realizado la Beckett ha sido absolutamente decisiva para la consolidación de nuestra dramaturgia. Y hoy está considerada sin ninguna duda como uno de los teatros más prestigiosos no solo de Barcelona sino de Europa, al nivel de otros grandes teatros dedicados a la dramaturgia contemporánea como el Royal Court de Londres (que tiene un presupuesto y unos recursos notablemente superiores, por descontado). Por eso, cuando un empresario de la construcción bien conocido compró, sin saberlo, el edificio donde se encuentra la Beckett, y modificó las condiciones contractuales de este pequeño/gran teatro, no calculó la magnitud de lo que acabaría sucediendo, porque tampoco conocía la magnitud de lo que se ha visto y de lo que se ha hecho.

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¡Triste país que tiene tanto talento desconocido y menospreciado por determinada gente que tiene el poder económico! Deberíamos reivindicar lo que sucedió a finales del siglo XIX y principios del XX en Catalunya y en Barcelona, cuando un sector de la burguesía protegía a sus creadores. Pero los grandes empresarios catalanes posteriores, sobre todo los que hicieron fortuna bajo el franquismo, menospreciaron olímpicamente el arte, el teatro y a los creadores (con escasas excepciones). Se dedicaron solo a hacer negocio.

LAS REGLAS DEL MERCADO

En particular, el empresario que compró este edificio me parece que ni tan siquiera sabía de la existencia de un teatro en sus bajos. O si lo sabía, no le dio ninguna importancia. Ninguna. Por mucho prestigio que tuviera, los de la Beckett eran sus inquilinos y tenían que pagar un alquiler según "las reglas del mercado", lo que resultó incompatible con la situación de crisis que sufría la sala, como la mayoría de teatros en estos tiempos temibles de crisis inacabable. Y los llevó a juicio.

Pero como no hay mal que por bien no venga, la operación inmobiliaria acabó precipitando, sin pretenderlo, el necesario crecimiento, con un absoluto reconocimiento público, y una remodelación que será espectacular, con el apoyo inestimable del ayuntamiento y de la Generalitat (esperemos que desde ahora para siempre).

Solo podemos dar las gracias al gran Sanchis Sinisterra, al magnífico y emprendedor Luis Miguel Climent, a todos los que colaboraron para abrir la sala, al infatigable compañero y amigo Toni Casares y a todo el equipo de personas extraordinarias que han mantenido y han hecho crecer uno de los mejores teatros de nuestra historia. 

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