LITERATURA SOBRE EL NAZISMO
El rompecabezas del Holocausto
La croata Dasa Drndic denuncia la mayoría silenciosa que ayudó al exterminio nazi en la novela documental 'Trieste'

Imagen del único campo de concentracion nazi que hubo en Italia, el de San Sabba, que aparece en la novela documental ’Trieste’ de Dasa Drndic.
Las secuelas de Anni-Frid Lyngstad, la morena de ABBA, por ser hija bastarda de un teniente alemán de las SS durante la ocupación nazi de Noruega; que Ramón Serrano Suñer, ministro de Exteriores y cuñado de Franco, fue uno de los clientes del Salón Kitty, el famoso prostíbulo berlinés que los alemanes usaban para espiar a sus usuarios; el papel del papa Pío XII y la Iglesia Católica con los niños judíos; el pasado nazi de Herbert von Karajan; el proyecto de muñeca hinchable para desahogo de los soldados encargado por Hitler; el pasado familiar de judíos huidos del Holocausto de la exsecretaria de Estado de EEUU Madeleine Albright y del dramaturgo Tom Stoppard… Son solo algunas de las decenas de piezas del “rompecabezas”, como lo llama la traductora Simona Skrabec, que obliga al lector a construir el pasado para que no deje de existir, que la escritora croata Dasa Drndic deconstruye en ‘Trieste’ (Automática Editorial), una atípica novela sobre el nazismo.
‘A través de los recuerdos de Haya Tedeschi, una ficticia judía octogenaria nacida en 1923 en la pequeña ciudad italiana de Gorizia (al pie de los Alpes y cercana a Trieste), cuya familia acabó esquivando el horror de los campos en plena ocupación alemana, el libro “denuncia el imperio del olvido, porque nadie quiere heredar el dolor ni las manos manchadas de sangre”, opina Skrabec, y pone en evidencia a esa “mayoría silenciosa” que fue tan culpable como Hitler y sus acólitos, porque muchos vieron lo que ocurría pero miraron hacia otro lado.
NEUTRALIDAD SUIZA CUESTIONADA
“Drndic cuestiona la oficialidad de la historia, como la proclamada neutralidad de Suiza”, añade la traductora, país que en cambio pactó con los nazis el paso de los trenes con deportados judíos por el túnel alpino de San Gotardo, de noche y con la hipócrita connivencia de la Cruz Roja suiza, que cerraba los ojos y daba mantas y sopa a quienes iban a morir en Treblinka y Auschwitz.
Novela “de estilo intencionadamente extraño, con juegos intertextuales” que permiten hablar a Hemingway, Joyce, T.S. Eliot, Claudio Magris, Jean Giono…, pone en el mapa el único campo de concentración nazi en suelo italiano, ubicado en los edificios abandonados de la arrocera San Sabba de Trieste, donde expertos en exterminio de la SS llegados de Treblinka crearon una estructura con crematorios para perpetuar las matanzas masivas. Uno de aquellos verdugos fue Kurt Franz, quien no fue condenado a cadena perpetua hasta 1965, y cuyo destino la autora cruza con el de la protagonista.
Muchos nazis vivieron con impunidad tras la guerra, August Hengst regentó una pastelería y Ernst Lerch, un café
Dasa Drndic crea una suerte de novela documental en la que no faltan datos como que de los 123 convoyes que salieron de Italia hacia los campos de exterminio, 69 lo hicieron de Trieste, o que desde 1943 fueron 40.000 los italianos -hombres, mujeres y niños- deportados (36.000 no volvieron). Más de 30.000 eran partisanos y antifascistas, casi 9.000 eran judíos, y a estos últimos dedica la escritora 74 de las más de 500 páginas del libro, listando sus nombres, porque, como reza el título de ese capítulo, “Detrás de cada nombre hay una historia”.
Por ello también recoge pequeñas biografías, perfiles e interrogatorios sobre una treintena de los SS del programa de eutanasia nazi Aktion T4 que fueron trasladados a Trieste, constatando en muchos casos la impunidad con que algunos vivieron tras la guerra (August Hengst regentó una pastelería; Ernst Lerch, un café), pero también testimonios de quienes fueron niños del proyecto Lebensborn, que pretendía preservar la pureza de la raza, y de hijos de nazis a su pesar, como el de Hans Frank, Niklas, que recorrió Alemania en autostop intentando entender su pasado: “Era suficiente que dijera que yo era hijo de un nazi juzgado en Nuremberg y dijera algunas frases antisemitas y los conductores me invitaban a almorzar. Solo un conductor al oír eso me abrió la puerta y me dijo: '¡Fuera!'".
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