Jesús Carrasco: "Me agobia el mundo y el exceso de información"

El escritor extremeño publica su segunda novela, 'La tierra que pisamos', tras la clamorosa recepción de su debut, 'Intemperie'

Jesús Carrasco, en Barcelona.

Jesús Carrasco, en Barcelona. / periodico

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Escribe libros que demandan no tener la menor prisa lectora pero Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972), contra todo lo esperado, habla bastante rápido. Es la única nota discordante en este autor ajeno a las modas que se dio a conocer de la noche a la mañana con ‘Intemperie’, una historia rural con no pocos elementos simbólicos y un paisaje que la novela española parecía haber dejado atrás. ‘La tierra que pisamos’, su segunda novela (Seix Barral), es una ucronía enraizada en la realidad de una España de principios del siglo XX que ha sido anexionada a un imperio europeo innominado.

Tras el triunfo instantáneo de ‘Intemperie’, ¿la salida de esta segunda novela no le provoca un cierto vértigo? El éxito de mi primera novela no dependía de mí. Fue una conjunción de astros que podría haber favorecido a cualquier otro. Yo ya tenía un primer borrador acabado de ‘La tierra que pisamos’ cuando todo aquello ocurrió y a la hora de escribirla he intentado aislarme. Estoy tranquilo porque el resultado es el que quería.  

Sorprendentemente, esta es una novela con lectura política. En principio, quise hablar de los personajes y sus emociones. De Eva, la mujer de uno de los jefes de las fuerzas de ocupación, y de Leva, el hombre vinculado a la tierra, que entra en su vida. Pero, sin quererlo, se me impuso ese contexto político.

Con una advertencia, pisamos la tierra pero no nos pertenece. Empecé a tener conciencia ecológica al tiempo, más o menos a mediados de los 80, que el conocimiento sobre el crecimiento del agujero de la capa de ozono se incorporó a la vida civil. Y esta novela es la cristalización de esa preocupación ecológica.  

Preocupación que los políticos han aparcado aprovechando la crisis económica. La educación, la cultura y la ecología han quedado relegadas por otras supuestas prioridades. Mientras tanto, la tierra hará lo posible por salvarse a sí misma, incluso a costa de que el ser humano desaparezca. Espero que eso no llegue a ocurrir, que no seamos tan estúpidos. Hemos llegado demasiado lejos como para darnos cuenta de que el peligro es real. Pero lamentablemente, solo avanzamos a gorrazos.

En los últimos tiempos, en la literatura en castellano hay un regreso a lo rural y es fácil pensar en Jenn Díaz o Lara Moreno. ¿Se atreve a lanzar una teoría al respecto? Puede que sea un movimiento pendular, por saturación de la novela urbana. Pero también habrá quien busque un entorno que le favorezca o necesite. Al final lo que importa es llegar a la cabeza o al corazón del lector.

En estos tiempos veloces, usted impone a su novela un ritmo sosegado. ¿Eso tiene que ver con su respiración natural o es más premeditado? No sé si influye haber practicado durante años la meditación, algo que también casa con mi ritmo vital, que es muy tranquilo. A mí me agobia el mundo y el exceso de información y creo firmemente que el universo está en el detalle. La consecuencia es que también escribo así, intentando crear  lentamente la musicalidad, la plasticidad y la capacidad de asombro del lenguaje.

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¿Le preocupa no ser un escritor moderno?  No sé qué significa eso.

Bueno, ¿le preocupa no ser un escritor vinculado a su tiempo? Yo hago las cosas y no me preocupan si son modernas o no. Desde luego sí quiero ser contemporáneo. Mis dos libros tienen una mirada hacia lo rural porque para mí es un caladero emocional. Escribo con las tripas y para hacer eso necesito los lugares a los que me siento vinculado. Viví en el campo hasta los 20 años. Esa es mi patria.

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