Gente corriente

Ramon Enrich: «Cada espacio abandonado es una pregunta»

Artista apasionado por la arquitectura, rehabilita el el viejo barrio industrial de Igualada: el Rec.

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OLGA MERINO

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Formado en Estados Unidos con artistas como David Hockney o Julian Schnabel, el pintor y escultor Ramon Enrich (Igualada, 1968) tiene su atelier en la capital del Anoia, repartido entre dos fábricas del Rec, el antiguo barrio industrial. Antes del parón en la manufactura del cuero, el arrabal había albergado más de 200 curtidurías.

Aún quedan muchos espacios abandonados y pretendemos que, poco a poco, la gente, los nietos de quienes fueron blanquers y curtidores, vayan ocupándolos a través de nuevos usos. Reciclar el barrio, pero no desde la sofisticación ni la especulación. Yo lo imagino muy verde, lleno de plantas y hiedra. La vida ha de ser una continua transfusión de ideas y energías.

Esta fue una zona menestral, obrera. Sí. Son casi tres kilómetros de construcciones al lado del rec (el canal). Antes, la ciudad había vivido de espaldas al barrio, donde se concentraba la industria curtidora y textil. Hace una década, un grupo de gente con inquietudes comenzamos a reivindicarlo.

Su padre fue industrial del textil. Sí, tenía una fábrica de géneros de punto y un talento natural para dibujar, la música y la arquitectura. Por eso, desde pequeño viví en un proceso de aprendizaje muy estimulante… Resulta que esta misma adoberia donde estamos ahora había pertenecido a mi bisabuelo, uno de aquellos señores con bigote de finales del siglo XIX, pero luego se perdió.

La recuperación de estos almacenes no se entendería si no hubiera cariño detrás. Me apasiona la arquitectura, sí. Pero no los fuegos de artificio, sino la calidad espacial. Cuando entras en estos viejos lugares, te envuelve una sensación muy agradable. Cada espacio abandonado es una pregunta: ¿quién hizo el esfuerzo por construirlo?, ¿ha perdido ahora el sentido?, ¿puede retomarse todavía?

¿Cuántos creadores se han instalado? Entre artistas, diseñadores, músicos y emprendedores debemos de ser una veintena. Intentamos crear oasis de felicidad artificial, aunque lleguemos tarde.

¿Tarde? Los pioneros en la ocupación de viejas fábricas y almacenes comenzaron hace 50 años, como el escultor norteamericano Donald Judd, quien contribuyó a recuperar el degradado barrio industrial de Manhattan, lo que ahora es el Soho.

Como en Londres o en Berlín, ¿no? Ha sucedido lo mismo en todas las ciudades industriales. Es lógico que se dé vida a unas naves ya construidas, muy bien pensadas, con buena luz y que tienen en sus ritmos una armonía casi clásica.

Su pintura también explora la relación entre arquitectura y el paisaje. Trato de ser coherente, aun cuando la pintura es una obra de teatro, una ficción, una realidad que no existe. Un cuadro es una mentira bien iluminada, pero que sirve para explicar verdades. Es mi modesta manera de cambiar el mundo.

La luz y esos edificios tan intrigantes en sus lienzos desprenden cierta soledad. Considero muy importante la gestión del misterio. Pinto construcciones deshabitadas y horizontes silenciosos. Me gusta jugar con la contradicción entre paisajes muy abiertos y espacios casi claustrofóbicos. Lo que persigo es que el cuadro esté vivo, que pueda mantener con el observador un cara a cara perdurable en el tiempo.

¿Se puede vivir hoy del arte? Es complicado; tienes que pedalear mucho. El coleccionismo se ha perdido en parte porque las galerías han abusado. Los mejores tienen que irse a vender fuera.

[Ramon Enrich expone en el Espai VolArt (Ausiàs Marc, 22) la muestra Arquitectures, tipografies i altres volums].