Análisis

Del ruido de fondo al arte

Las dificultades que afrontan Las salas de pequeño formato reflejan un déficit en la consideración de la música como expresión cultural

JORDI BIANCIOTTO

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Antes de llenar el Giants Stadium o el Camp Nou, Bruce Springsteen aprendió a comportarse en un escenario actuando en un humilde local llamado Upstage, en Asbury Park, New Jersey. Pink Floyd comenzó a dar que hablar con sus shows psicodélicos en el UFO Club londinense, y U2 congregó a sus primeros fans en el McGonagle's, de Dublín. Solo por eso, por su función como eslabón casi imprescindible en cualquier carrera trascendente, ya habría motivo para considerar la importancia de los pequeños locales de música en directo. Pero hay algunas más, claro.

El club, la sala de formato pequeño, a pie de calle, nos ofrece la vía más directa para introducir la música en nuestras vidas. En una era en la que podemos comenzar a correr el riesgo de no saber distinguir entre lo real y lo virtual, un escenario cercano, familiar, es el mejor modo de recordarnos que, así como un pollo no viene al mundo deshuesado y envuelto en celofán o cocinado 'a l'ast', la música no es un contenido que alguien, en el principio de los tiempos, envasó en YouTube, sino que hay unos músicos que la ejecutan con unos instrumentos que pueden disponer de cuerdas, boquillas o cajas de resonancia.

La distancia corta aporta otro sano ingrediente: una relación con la creación musical de tú a tú y sin estrés. Cada vez se asocia más a la música, a través del culto a la fama, de la televisión y sus 'talent shows', con unos entornos ficticios, sobreactuados, más tendentes a la histeria que a la creatividad.

Alguien deberá explicarle a un niño de 10 años que la música puede tener, en efecto, esa cara espectacular, asociada a una idea muy pautada del éxito, pero también otra quizá menos vistosa pero tan o más emocionante, y eso seguro, más cercana a nuestras vidas. Y esa explicación será más fácil si disponemos de una sala de conciertos a la vuelta de la esquina.

EL PAPEL DE LA MÚSICA

Aquí está en juego el papel que otorgamos a la música: incordio o placer, ruido de fondo o arte, resorte para hacerte famoso o expresión creativa, entretenimiento o cultura. Hay países que han integrado sus logros musicales modernos en el argumentario del orgullo nacional: Francia y la chanson, el Reino Unido y el pop, poderosa fuente de ingresos, por otra parte. Aquí no hay la misma tradición de otorgar a la música ese prestigio, y por eso ahora pueden peligrar salas que, si estuvieran en cualquier otro país, quizá estarían catalogadas como excepciones culturales que deberían ser preservadas por obligación.

Sin escenarios como el KGB o el antiguo Zeleste, que ahora es una tienda de ropa, El Último de la Fila no habría llegado nunca a llenar la Monumental, y sin ese Heliogàbal que estos días se tambalea Manel lo hubiera tenido más difícil para que se propagara el boca-oreja. La Cova del Drac, que actualmente se ha convertido en una bocadillería, resultó clave para el despegue de la nova cançó acogiendo a Joan Manuel SerratLluís LlachMaria del Mar Bonet y compañía.

Esa función de pila bautismal, o de banco de pruebas, de los creadores en etapa de desarrollo no es ni mucho menos baladí, y en nuestras manos está dar aire, o no, a los talentos que más apoyo necesitan, los de hoy mismo.

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