Arturo Ripstein: "El cine actual lo hacen pijos y 'hipsters'"

Entrevista con el director mexicano, que acaba de estrenar el melodrama 'La calle de la amargura'

Arturo Ripsten, en el festival de Venecia del 2015, donde presentó 'La calle de la amargura'

Arturo Ripsten, en el festival de Venecia del 2015, donde presentó 'La calle de la amargura' / periodico

NANDO SALVÀ

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En su nuevo melodrama, la recién estrenada 'La calle de la amargura', el director mexicano Arturo Ripstein recrea un suceso real –la muerte de dos luchadores enanos a manos de dos prostitutas– para hablar de las fascinantes contracciones de su país.

¿Podría decirse que esa calle de la amargura que la película retrata es una metáfora de la ciudad de México en su conjunto?

Rodamos la película en un barrio que no ha cambiado desde la época prehispánica. Ahí estaban las putas hace 600, y ahí siguen estando. No son las mismas putas que entonces, claro, pero son viejísimas igualmente. Y, pues sí, así es México. Así es el México que yo veo, que quiero y que detesto, y que me es inevitable. Es una ciudad que cuesta mucho trabajo porque no se deja conocer. Para conocerla me la tengo que inventar, e inventarla es un acto riguroso de odio. Como odio lo que me ofrece yo le respondo con mi versión, que es mejor.

¿Diría que, de alguna manera, su película es cine social?

Oh, no, en absoluto. No he querido hacer una película que retrate la atrocidad y la dureza de la realidad mexicana, sino solo reflejar el diálogo que tengo con ese país terrible y fascinante. Yo he hecho un montón de películas, y nunca he tenido pretensiones de ser socialmente importante, antropológicamente verosímil o políticamente necesario.  El arte, al fin y al cabo, no sirve para nada.

¿Lo dice en serio?

Totalmente. Pero, por otra parte, sin arte no hay absolutamente nada. El arte es lo único que te aproxima a la realidad y te permite conocerla. La realidad no tiene estructura, y el arte es lo que dota de una estructura y un sentido a qué miras, a cómo miras y a por qué miras. Sin arte  nada tiene sentido.

Como todas sus películas, La calle de la amargura apuesta por la emoción y el sentimiento, y eso es algo infrecuente en el cine actual.

Ya, y es una pena. El problema es que buena parte del cine actual lo hacen tipos que son unos pijos y unos hipsters, que toman el café descafeinado y no tienen sangre en las venas. Hacen cine taxidérmico, despojado de corazón, de tripas y olores. Yo reivindico la opción del malestar. El malestar es lo que hace que te muevas. Hay que provocar.

Señor Ripstein, ¿Le molesta que se compare su cine con el de Luis Buñuel?

A mí no, pero probablemente a él sí. Seguro que cada vez que oyen mi nombre sus cenizas empiezan a revolverse en su urna y a gritar cabreadas: “¡Otra vez no!”. Buñuel fue uno de los cineastas que de mirada más penetrante sobre México que ha habido jamás.  A mí me tocó el privilegio de conocerlo de cerca, aunque no fue su asistente aunque así lo diga la Wikipedia. Lo que siento por él no se define en términos de influencia sino de amor. Y sí, le robo cosas a su cine porque robarle a Buñuel es como robarle a la naturaleza. Que te guste Buñuel es como que te gusten las playas o las montañas, algo natural. Al lado de Buñuel todos los demás somos unos payasos.

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Y a sí mismo, ¿también se roba?

A mi edad, cada película es un compendio de las anteriores. Y La calle de la amargura lo es aún más, pero no porque vaya a ser mi última película. Aunque nadie me quiera volver a dar dinero para hacer cine, lo cual es muy probable, podré agarrar uno de estos teléfonos tan listos que hay y rodar con él.

¿Qué le ha aportado la experiencia?

Tengo el instrumento mejor afinado, y por tanto ahora la distancia entre la película que tengo en mente y la que acabo haciendo es más estrecha. Ya me conozco bien, sé cómo sumo y cómo resto. Por lo demás, la experiencia está sobrevalorada. Lo único que me ofrece la experiencia es la certeza de que no tengo ni idea de cómo enfrentarme a las cosas.