'El puente de los espías': el heroísmo de la decencia

NANDO SALVÀ

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{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"El puente de los esp\u00edas\u00a0\u2605\u2605\u2605\u2605","text":"Direcci\u00f3n:\u00a0Steven SpielbergCon:\u00a0Tom Hanks, Mark Rylance, Austin Stowell, Scott ShepherdT\u00edtulo original:\u00a0'The bridge of spies'Pa\u00eds:\u00a0Estados UnidosDuraci\u00f3n:\u00a0141\u00a0minutosA\u00f1o:\u00a02015G\u00e9nero:\u00a0DramaEstreno:\u00a04 de diciembre\u00a0del 2015"}}

Hay muy pocos espías en 'El puente de los espías', pese a que retrata un mundo sumido en la paranoia nuclear. Del mismo modo que la anterior película de Steven Spielberg, 'Lincoln' (2012), se centraba en la aprobación de una ley, esta lo hace en una sucesión de negociaciones y debates sobre principios e ideologías. Asimismo, ahora como entonces se nos habla del heroísmo de un hombre que se pone al mundo en contra simplemente por hacer lo moralmente correcto.

En otras palabras, Spielberg desnuda la trama de casi toda intriga: mientras da tumbos de un lado a otro del flamante muro de Berlín, su protagonista no afronta mayor amenaza que un resfriado. 'El puente de los espías' jamás pone en cuestión posturas o motivos porque, más que generar suspense, quiere preguntarse si el bando de los buenos es mejor que el de los malos, y eso resulta sin duda pertinente en un mundo en el que Siria bien podría convertirse en zona cero de una nueva guerra fría.

En el proceso, la película mantiene hábilmente un complicado equilibrio tonal. El guión coescrito por los hermanos Coen se instala a menudo en la farsa, y al mismo tiempo Spielberg intenta capturar la amenaza de caos termonuclear y dejar claras sus propias convicciones políticas mientras, a su debido momento, maneja aquellos de sus métodos que más les chirrían a los cínicos: el abuso del sentimentalismo y la simplificación de asuntos complejos. Al mismo tiempo, eso sí, vuelve a demostrar que, dirigida por él, hasta la historia de un hombre que lee el periódico resultaría apasionante. Nadie puede igualar su dominio del ritmo, ni su capacidad para crear atmósferas, ni su capacidad de adaptar la Historia a los dictados del entretenimiento popular sin mermar su valor, en este caso como prueba de lo que más le urge ahora mismo al Gobierno del mundo es un poco de honestidad.