Concierto en el Palau Sant Jordi

Madonna libera el Sant Jordi

La cantante compensó a sus fans tras un retraso de hora y cuarto con el exuberante 'show' del 'Rebel heart tour'

Primer concierto de Madonna en Barcelona

Inicio del concierto de Madonna en el Palau Sant Jordi de Barcelona. / periodico

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Madonna abrió anoche el concierto saliendo de una jaula que bajó del cielo, una imagen que lo dice todo de su desafío a las prohibiciones y tabúes. Aunque la de ayer no fue la mejor noche para sentir la brisa de la libertad acariciando nuestros cabellos, ya que el público del Palau Sant Jordi tuvo que someterse al severo dispositivo de seguridad que, a través de un cacheo individualizado de los 16.000 asistentes, hizo formarse una descomunal cola en la avenida del Estadi y comportó un retraso de una hora y cuarto en el inicio del concierto.

Sopla el viento y cae el plomo, pero Madonna puede con casi todo. La cantante que, hace unos días, en Estocolmo, defendió que la vida, y el espectáculo, deben vencer al terror, libra en el ‘Rebel heart tour’ una batalla de carácter distinto, contra lo que el mundo espera de una cantante de 57 años. En lugar de reciclarse en dama de la canción ‘revival’ o pasarse al estándar de jazz, la neoyorkina sigue deleitándose haciendo arder las pistas de discoteca con ritmos electrónicos bastardos como los de ‘Iconic’ y ‘Bitch I’m Madonna’, las piezas que abrieron el concierto. Con ellas, el Sant Jordi se sacudió la tensión y el enfado acumulados. Madonna lo liberó con secos golpes de ritmo, rodeada de guerreros medievales y bailarinas-gueisha, en un escenario del que salía una pasarela en forma de cruz con un corazón en su extremo. La liturgia y la pasión carnal, señalizando el camino.

Este 'show', que se repite esta noche, no trae innovaciones de fondo, aunque, después de ver, estas últimas temporadas, en el mismo Sant Jordi, recreaciones de su canon de espectáculo a cargo de Lady GagaMiley CyrusKaty Perry o Ariana Grande, fue apetecible regresar a la versión original. Una Madonna acrobática, deslenguada y mestiza, apegada a sus grandes temas, el sexo, la religión y la mística del escándalo. Que basa su repertorio en el presente, pese a los altibajos de ese material, y viaja luego, sin apenas recalar en etapas intermedias (la invasiva ‘Deeper and deeper’, del disco ‘Erotica’ de 1992, olvidada durante muchas giras, fue una de las excepciones), a sus 'hits' más lejanos, de los 80, siempre con arreglos renovados, contrariando quizá al creciente club de fans de su remoto electro-pop de línea clara.

MONJAS 'STRIPPERS'

La Madonna que juega con los límites de la provocación, aunque a estas alturas ya haya más parodia y feliz disparate que escándalo: ese ‘Holy water’ cuya letra sitúa el líquido vaginal a la altura de un elixir digno de Jesucristo, que cantó contorsionándose en torno a una barra de ‘stripper’, rodeada por un equipo de monjas en paños menores, y fundiéndola con un pedazo de ‘Vogue’. Colgándose la guitarra eléctrica en una casi heavy ‘Burning up’ y acudiendo al folk electrónico de ‘Devil pray’, pieza esta con la firma de Avicii, productor que en ‘Rebel heart’ se suma a un equipo de jóvenes artificieros como Diplo y Sophie. Madonna, siempre en busca de savia nueva.

Tras la evocación de una santa cena de tonos dionisíacos, grandes copas de vino sorbidas con ademanes teatrales, vino un ‘set’ con guiños a los años 50, paisaje urbano a lo ‘West side story’ con neumáticos amontonados y un automóvil desguazado. Ahí se dirigió Madonna al público, mezclando castellano e inglés, preguntándole si estaba “listo” y declarándose “so excited” antes de pedir a algunos de sus bailarines que mostraran sus “six-packs”, sus abdominales. Aullidos de admiración. ‘True blue’, que cantó tocando el ukelele, es bastante bucólica, pero al terminar no se privó de toquetear la tableta de chocolate de uno de sus fornidos cómplices. “¡Caliente!”, exclamó.

GUIÑOS TOREROS

Los ‘hits’ clásicos se aguantan sin necesidad de mucho espectáculo y así sonó ‘Like a virgin’, con el el escenario oscurecido, versión dura, rica en bajos, y Madonna, sola en la pasarela (y en las pistas vocales, descarrilando en algunas inflexiones). Y  ‘La isla bonita’, reina del ‘momento torero’,  que comenzó con un ‘Living for love’ entre trajes de luces y bailarines tocados con largos cuernos. Ese punto de los conciertos de Madonna en el que España parece cruzarse con Playa Bávaro, entre abanicos y acordeones, de acuerdo con la flexible noción de geografía de tantos estadounidenses. “Yo soy muy caliente”, insistió.

Un cuadro de baile flamenco prolongó ese bloque rumbo a la remota ‘Dress you up’, con el cambio de letra que ha incorporado en esta gira: “Toda tu ropa te la hacen a medida en Barcelona”, cantó, sustituyendo al Londres del texto original. Inyectó ahí el estribillo de ‘Into the groove’ y el concierto se decantó del todo por el tacto acústico en  ‘Who’s that girl?’, a dos guitarras, y ‘Tell me’.

“Ser previsible es un pecado y yo no quiero pecar. ¡No me lo pidáis!”, exclamó. Y es cierto que sus conciertos manejan repertorios muy cambiantes, con pocas repeticiones de una gira a otra y sorprendiendo a los fans, si bien los mensajes de fondo permanecen, convertidas en marcas distintivas. Pero Madonna sigue teniendo algo de ese corazón rebelde que proclama en su nuevo disco. En el tramo final, al cierre de esta edición, hablaba de su lucha, siempre “con compasión y amor”, camino del clímax con ‘Holiday’, aquella canción que, en 1983, tenía aspecto de bagatela de una efímera estrella pop. Es Madonna, viva y bien en el 2015. Y las demás, que vayan pasando.