Almudena Grandes: «Millones de españoles no se reconocen en su bandera»

La escritora presenta su nueva novela, 'Los besos en el pan'

ERNEST ALÓS / MADRID

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Almudena Grandes ha hecho una pausa en su serie de episodios sobre la posguerra para publicar Los besos en el pan (Tusquets). Un mosaico de historias de las que la escritora nos habla en su piso del barrio de Malañasa, el mismo en el que viven los casi 70 personajes de su novela: médicos a quienes quieren cerrar el ambulatorio, okupas, arquitectos y periodistas en el paro, peluquerías ahogadas por la competencia china, chinos explotados, desahuciados, gastadoras compulsivas reconvertidas en cajeras, escolares que no comen, biólogas haciendo las maletas hacia Fráncfort, parados alcoholizados...

-¿Por qué esta interrupción en su serie de novelas sobre la posguerra?

-Cuando publiqué Las tres bodas de Manolita me quedé impresionada de que tanta gente me dijera cómo se parecía la posguerra a lo que sucedía ahora. A partir de allí no es que me sintiera culpable por centrarme tanto en el pasado, pero sí tuve de repente una inquietud; mirar a la realidad de la que trataba en mis columnas de opinión, esto que se llama crisis, que en realidad es una guerra de los poderes financieros. Y esta guerra la hemos perdido. La gente que está resistiendo contra los recortes son como un correlato contemporáneo de los resistentes de mis novelas de los episodios. Pensé que podía escribir un libro coherente, con el mismo punto de vista con el que miraba al pasado.

-Pero alguno de sus personajes dice que aquellos años de hambre, eso sí que fue una crisis.

-Si trajera a mis abuelos aquí y les dijera que qué crisis tan horrorosa, se partirían de risa. Tenían una fortaleza que hemos perdido, una cultura y una dignidad de la pobreza. Esta es una novela sobre esa dignidad, porque la época dorada de la primera década del siglo XXI no volverá. Tengo buen corazón y sé que la gente vivía mejor en el 2005. Pero en esas fechas España se había convertido en un país de horteras nuevos ricos locos por consumir, de gente desagradable. Y perdimos una sabiduría que hoy sería capital para sobrevivir. La pobreza, cuando me enseñaban a besar el pan, no era nada humillante, era la vida, que consistía en luchar contra esa pobreza y no excluía la ilusión, la esperanza, la alegría. Por eso el libro se llama Los besos en el pan, porque es una reivindicación de esa cultura. Las generaciones que nunca han tenido que besar el pan están atontados y paralizados. Como un niño rico mimado al que le quitan el juguete.

-En la posguerra también encontraríamos pasividad y derrotismo.

-Entonces había gente que se moría literalmente de hambre. Y ahora no hay terror, no hay miedo, no hay amenazas de un Estado opresor terriblemente cruel.

-Bueno, hay hipotecas y despidos.

-Y tampoco vamos a pedir que la gente sean héroes. Pero no es lo mismo. Y los que resistían lo hacían de una forma diferente. Ahora hay gente maravillosa y generosa pero que obedece a un impulso individual. Es capaz de levantar una red de ayuda, pero esas redes ya no están relacionadas entre sí en el marco de un movimiento social cuya lucha se encamina al horizonte de crear un porvenir mejor.

-Cada vez más escritores reflejan la crisis en sus libros. ¿Pero por qué debería leer el lector ficción sobre esos desastres que ya está viviendo?

-Porque el territorio de la literatura es emoción, conmover al lector. Y porque hay mucha gente que está sufriendo mucho pero ahora solo se hacen grandes declaraciones sobre la recuperación y la altura de miras. ¿Y  los que no pueden encender la calefacción? Solo por eso, por mirarse en ese espejo, ya valdría la pena.

-Hay algunos personajes que deciden que no seguiran 'besando el pan', agradeciendo lo que tienen, y los tienta la violencia. ¿Los justifica?

-Son reacciones comprensibles teóricamente, en un país donde los jóvenes no tienen futuro hay muchas aventuras dudosas que les pueden atraer. Antes a los 14 años te apuntabas en las juventudes de los partidos, pero ahora la rebeldía no tiene un cauce atractivo y organizado.

-¿Entiende que a este joven, si es de Barcelona en lugar de ser de Malasaña, le movilice la independencia?

-Es fácil de entender, sobre todo por la responsabilidad de este Gobierno nefasto. Hace años que se veía venir que las decisiones que se tomaron en la transición, esa reforma sin romper un huevo, iban a desembocar en algo así. Aquí hay muchas crisis: económica, moral, territorial, de identidad. Se habla de Catalunya pero no de los millones de españoles que no sienten identificación posible con su nación aunque no tienen otra, que no se reconocen en su bandera, ni en su himno, ni en su Constitución, ni en su forma de Estado. Pero ese es tema para otro libro.