NUEVO MONTAJE DEL GRAN DIRECTOR LITUANO EN TEMPORADA ALTA

Beckett en vena

Oskaras Korsunovas impacta en el Temporada Alta con la obra 'L'última cinta de Krapp', uno de los títulos de referencia del teatro del absurdo

Juozas Budaitis, en una escena de la obra.

Juozas Budaitis, en una escena de la obra.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / GIRONA

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Un hombre viejo y deformado desciende pausadamente por la escalera central del graderío de la Sala La Planeta. En su lento deambular hasta el escenario gruñe, carraspea y tose. Se detiene unos segundos y esboza un movimiento de regreso, pero pronto recupera el camino emprendido. Su apariencia es sucia, descuidada. Calza unas zapatillas de estar por casa, dando la primera pista de que nada lo moverá de su cuchitril donde exhibe su terrible soledad y la falta de amor de ese ser vacío que vive al margen de la sociedad.

Con muy pocos elementos, Oskaras Korsunovas ha situado al espectador en el relato de L'última cinta de Krapp, un esencialista Beckett. El actor Juozas Budaitis, en una deslumbrante y naturalista interpretación de su personaje, empieza su actuación comiéndose dos plátanos, su único alimento, y tira las cáscaras al público. Hasta que encuentra la caja 3, carrete 5 que está buscando para poder reproducir instantes vitales que le obsesionan y a los que se siente atado. Gestos, acciones, silencios y las escasas palabras que surgen de la boca del lituano cobran una dimensión solo propia de los grandes artistas.

Comparando este montaje con otros de caza mayor del director, el último de ellos su inolvidable deconstrucción del 2014 de La gavina de Chéjov, esta pieza parece solo un paréntesis entre otros ambiciosos proyectos. Pero el texto de Beckett, aun no siendo una de sus piezas más célebres, es uno de los títulos de referencia del teatro del absurdo y el toque Korsunovas da la respuesta perfecta a las coordenadas de la obra.

La escenografía, con una mesa de trabajo sobre la que descansa el magnetófono en el que el hombre ha grabado sus recuerdos, funciona por su efectiva simplicidad. Trozos de cintas llenan el suelo y la iluminación, de gran calado atmosférico, está centralizada en una lámpara de flexo que ilumina el rostro perplejo de Budraitis cuando escucha las reproducciones.

Los gestos del actor son mucho más que un poema. En ellos se refleja lo absurdo de situaciones por las que ha pasado y que ahora considera incomprensibles. La música ambiental acompasa las emociones de un personaje sometido a una profunda frustración existencial. Budraitis muestra las manías, obsesiones, la dependencia del alcohol y el desorden de Krapp, que en cambio sabe ubicar rápidamente las grabaciones que le permiten perpetuarse en ese pasado que representa la única razón de ser en su aislamiento.

Vuelve a escuchar reiteradamente las cintas deteniéndose en pasajes como el de ese amor perdido, la memoria del sexo y las distantes relaciones con su madre. «Acabo de oír a ese pobre cretino 30 años atrás y no me reconozco». Al final la cinta rueda en silencio dejando la sensación de vacío de quien ya no espera nada de su existencia.