CONCIERTO A BENEFICIO DE ACNUR

Pop a cambio de mantas

Una docena de grupos se solidarizaron en la sala Apolo con los refugiados del Mediterráneo

Un momento de la actuación de Núria Graham en el recital 'Som refugi', en la sala Apolo.

Un momento de la actuación de Núria Graham en el recital 'Som refugi', en la sala Apolo.

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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La finalidad humanitaria del concierto del jueves en Apolo animó a los grupos a salirse del guión y a rescatar canciones inhabituales y ensayar colaboraciones extrañas. Así, la noche de Som refugi no consistió precisamente en un desfile previsible de bandas, una docena, sino que se diría que la noble causa estimuló su imaginación y sus ganas de hacer algo especial. Un premio para el público que, unos días antes, agotó las entradas del concierto, y una ofrenda para los destinatarios finales de la ayuda, los refugiados de la crisis mediterránea, para los cuales el Comitè Català de ACNUR recaudó 16.000 euros.

Las sorpresas comenzaron cuando Pau Vallvé, cuyo nombre no estaba incluido en el cartel, se reencontró con sus viejos colegas de Inspira sentándose a la batería durante su set y recuperando una canción que habla de los efectos anímicos de la crisis, de la amenaza y el miedo, Un gran riu de fang. Luego vinieron un The New Raemon transformado, como envuelto en tinieblas, cantando en inglés All tomorrow's parties, de The Velvet Underground; una Joana Serrat esencial, a voz y guitarra, y una Núria Graham que, además de reflotar su versión de Toxic, de Britney Spears, se convirtió luego en musa corista de Ferran Palau y Mishima.

Todo resultó bastante promiscuo: Joan Pons (El Petit de Cal Eril), tocando la batería para Palau y uniendo luego fuerzas con Mau Boada (Esperit!) y Joan Colomo. Ese trío bombeó energía a placer intercambiando instrumentos a través de una vandálica Elèctric mustela, un Cendres macabro con el estribillo ralentizado y marcial, coreado por el público, y un Kill all the white man, de NOFX, pervertido con palmas y cadencia reggae punk. Za! electrocutaron Apolo con un tribalismo abstracto que inyectaron luego, con maracas y platillos, a África, de Nueva Vulcano, oda al sur con mirada airada a la civilización occidental, corriente a lo largo de la noche. «Hay que mirar a África», pidió la letra.

Camino de Lampedusa

Mishima apeló al sentimiento de enamoramiento en Vine y Els vespres verds (esta, con la grácil voz adjunta de Graham) y se puso en situación en Mentre floreixen les flors, una pieza que nació de una crisis mediterránea anterior, la que hace dos años trajo inmigrantes libios a las costas italianas. «Lampedusa, Lampedusa...», vocalizó pausadamente David Carabén en una rara, poética, muestra de canción con clave social de su repertorio, muy ajustada a la ocasión.

Y salieron Manos de Topo, con Miguel Ángel Blanca ironizando con haber tenido a Mishima como teloneros, por haber actuado antes, y proclamando la «vergüenza que nos tiene que dar ser europeos». En lo suyo hay poca política, al menos explícita, aunque el modo dolido en que Blanca cantó Tragedia en el servicio de señoras despertó toda nuestra solidaridad. Su melodrama extremo alteró por un rato el orden de prioridades y dio paso a la electrónica exploradora de The Suicide of Western Culture y a unas palabras de Joan Reventós, coordinador del ACNUR catalán, que destacó la colaboración desinteresada de Apolo. Con la recaudación, dijo, se podrán comprar «mantas, colchones, tiendas...» La música, a veces, es incluso útil.