Marc Recha: «Los niños necesitan que les dejes volar»

El director presenta 'Un dia perfecte per volar', una reflexión sobre la paternidad

Marc Recha y su hijo Roc, ayer, en San Sebastián.

Marc Recha y su hijo Roc, ayer, en San Sebastián.

BEATRIZ MARTÍNEZ

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Habían pasado seis años desde que Marc Recha nos entregara su última película, Petit indi, y ahora regresa con una pequeña y preciosa película en forma de miniatura que gira en torno a la relación entre el cineasta y su hijo Roc. Un dia perfecte per volar nos introduce en el imaginario infantil mediante los ojos de ese niño que aprende a crecer junto a su padre a través de historias y cuentos que van cimentando su vinculación más íntima, y en el que hay espacio para el aprendizaje, para la aventura iniciática, para el conocimiento de lo que significa la pérdida. Filmada en cinco días y de manera totalmente independiente, la película supone el redescubrimiento en clave luminosa de este fundamental cineasta catalán.

-¿Cómo surgió la idea de la película?

-Quería plasmar la relación que tengo con mi hijo a través de un cuento que nos hemos ido inventando a lo largo del tiempo. Un cuento episódico que va ya por el capítulo 3.000 y que está protagonizado por un gigante y que de alguna manera simboliza nuestro particular universo.

-Parece que en ella haya tendido a la esencialidad.

-Nos juntamos un grupo de amigos que queríamos hacer algo mientras salían otros proyectos. Por eso se trata de un trabajo fuera de la órbita de la industria y se planteó de esa manera. Lo importante era rodar algo juntos, sentirnos unidos a través de eso, de una manera muy positiva y constructiva.

-¿Cómo fue el proceso de creación?

-Lo que hice fue trabajar mucho el guion, porque está muy dialogado, y perfilar mucho las secuencias. A partir de ahí fue creciendo la historia, y fue surgiendo el verdadero tema de la película, la paternidad deseada. También me interesaba plasmar de qué manera se puede reflejar la vida cotidiana a partir de una mirada propia. ¿Cómo filmar la vida misma? ¿Cómo construir un relato íntimo de la vida de un padre y un hijo? No hay estándares para eso, no podíamos seguir casi ninguna serie de códigos prestablecidos.

-También se establece una relación muy especial con el paisaje.

-Rodamos en los lugares por los que suelo pasear con mi hijo. La cala donde nos bañamos, el macizo del Garraf donde hacemos volar las cometas…

-La película se construye a base de símbolos: la cometa, el espantapájaros, el gigante…

-Hay una visión panteísta del paisaje, pero también una visión animista de los objetos inanimados. Los árboles, las rocas, el agua, el viento…

-Es muy orgánica, está muy viva.

-Yo creo que sí. Hay mucha fisicidad y es una atmósfera que de alguna manera te envuelve. Las hierbas medicinales, el calor que desprende la tierra bajo el sol, la forma de las rocas, los ciclos de la vida, de la naturaleza…

-La película está contada desde el punto de vista del niño y accedemos a sus pensamientos, a sus miedos, inseguridades, alegrías…

-Es como un cuento. Todo orbita a partir de la idea de que los niños necesitan amor, que los quieras. El amor es también esa seguridad que necesitan para crecer. Necesitan protección y que los acompañes y les dejes volar. Se trata de estar ahí sin castrarles, sin cortarles las alas. Yo creo que la película intenta dar una visión de todo esto, del padre como compañero de viaje.

-Es una película de crecimiento, de aprendizaje, pero también de pérdida.  

-De crecimiento en el sentido de fomentar la curiosidad, que para mí es la base del aprendizaje y el conocimiento. Y de pérdida porque habla de la ausencia de la persona querida. En realidad, el final la película podría considerarse una especie de testamento  que le dejo a mi hijo. Es como mi regalo hacia él, una declaración de amor.

-¿Estamos ante su película más personal?

-Y también ante la más universal, porque de lo local, como decía Eugeni D'Ors, pasas a lo universal. Es además una película no esperada, no planeada. Es como la vida misma, ha surgido.