el cine recupera la primera operación de cambio de sexo

La mujer que había sido pintor

Colocado bajo los focos por famosas como Caitlyn Jenner, el colectivo transexual ha logrado una visibilidad inaudita hace pocos años. Sin embargo, la historia de Lili Elbe, la primera persona sometida a una reasignación de sexo, llega al cine dando cuenta de la memoria de un grupo aún en lucha por ahuyentar la marginación y los estigmas.

Lili, con el comerciante de arte Claude Lefeune.

Lili, con el comerciante de arte Claude Lefeune.

POR NÚRIA MARRÓN

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Lili Elbe llevaba días sumida en un estado de insconciencia del que salía, de vez en cuando, escupiendo dormida o sangrando entre las piernas y el abdomen. Apenas notaba algo cuando le cambiaban los vendajes ensangrentados, le ponían un trapo húmedo sobre la frente o sentía el pinchazo de la morfina que, en poco rato, diluiría aquel dolor insoportable. Era 1931 y Lili -que durante gran parte de su vida había vivido como Einar Wegener, pintor de paisajes danés y esposo de la ilustradora Gerda Gottlieb- se agarraba a la vida después de la quinta intervención de reasignación de sexo a la que se había sometido en menos de dos años.

Conocida como la primera persona en pasar por una operación de este tipo, Lili entró por última vez en la clínica del doctor Kurt Warnekros en Dresde con un puñado de planes. A todo o nada, se había separado de su esposa y estaba dispuesta a casarse y ser madre. A pesar de que tenía casi 50 años y que el medicamento que previene el rechazo a los trasplantes no llegó hasta medio siglo más tarde, el cirujano le había prometido que un trasplante de útero culminaría el proceso, experimental, que había empezado el doctor y sexólogo Magnus Hirschfeld, precursor de la lucha por los derechos LGTB y señalado por los nazis como «el judío más peligroso de Alemania». Por aquel entonces, hacía más de un año que a Lili le habían intervenido los genitales y realizado un injerto de ovarios que, en los tiempos en que las hormonas aún no se habían sintetizado, le permitían aumentar los niveles de estrógenos.

Zancada al cine

«Que yo, Lili, soy vital y tengo derecho a vivir lo prueban los últimos 14 meses. Se podría decir que 14 meses no es mucho, pero a mí me parecen una vida entera y feliz», aseguró antes de ser intervenida en una de las cartas que -junto al fajo de correspondencia, diarios personales y la necrológica que ella misma escribió- hizo llegar a un amigo para que, llegada su muerte, las hiciera públicas. Sus deseos irrumpieron en forma de sonoros y extrañados titulares a principios de 1937, cuando diarios de todo el mundo explicaron que un hombre había cambiado de sexo y se llenaron de artículos sobre la vida del pintor Einar Wegener, una auténtica inmersión en la caja negra de la sexualidad, el género, los secretos conyugales y esa tierra de nadie que se abre cuando se salta la tapia de las convenciones. Ficcionalizada, su historia regresó en el 2000 con la novela Una chica danesa, de David Ebershoff (Anagrama), cuya zancada al cine, de título homónimo, acaba de presentarse en el festival de Venecia.

Compuerta inesperada

La gran madeja de enigmas que es la vida de Lili suele empezar a tirarse siempre por la misma hebra: la del día en el que su mujer, a la que había conocido en la escuela de arte de Copenhague, le pidió un favor. «¿Puedes ponerte las medias, los tacones y el vestido para que pueda acabar el cuadro?». A la ilustradora le había fallado la modelo y aún debía perfilar las piernas del retrato que estaba acabando. No cuesta imaginar, y así lo evoca Ebershoff, los titubeos del pintor. El calor de lo prohibido en el estómago. La sensación de desmayo. «Se sentía como si le hubiesen cogido haciendo algo que hubiese prometido no hacer, no como el adulterio, sino como la reanudación de alguna mala costumbre que se hubiese jurado abandonar», escribe Ebershof.

¿Fue una casualidad o la enérgica e instintiva Gerda -que tuvo romances con mujeres y siempre se sintió  fascinada por la rareza inasible de su marido- abrió de forma consciente la compuerta secreta de Einar? Su historia arrojará siempre más preguntas que certezas, pero, a partir de aquel día, empezó a vestirse de mujer, a colocarse los collares de Gerda y a presentarse en los cafés y los bailes como Lili, la hermana del delicado pintor.

Cuando trascendió que la joven de ojos avellanados a la que la ilustradora, hechizada, pintaba una y otra vez era en realidad su marido, la pareja se exilió a París. A su rescate salieron los locos años 20: Lili posaba para Gerda y las dos se divertían alternando con hombres y mujeres en los cafés de Saint Germain y en los salones donde artistas y escritores apuraban todo tipo de licores estirados sobre pieles de cebra. La tormenta interior, sin embargo, se fue haciendo mayor. Intentaba ejercer de Einar, pero una pulsión incontrolable lo abocaba a Lili una y otra vez. No comía. Cada día se sentía más débil. Sufría extrañas hemorragias y apenas pintaba. «No quiero ser creativa ni con mi cerebro, ni con mis ojos, ni con mis manos, sino con mi corazón y con mi sangre», dejó escrito.

La romería por las consultas médicas tampoco le brindó alivio. Había doctores que le diagnosticaban histeria. Otros, desdeñosos, le emplazaban a controlar su homosexualidad. «Me decía a mí mismo que, como no había otro caso como el mío en la historia de la medicina -anotó en su diario- simplemente yo no podía existir». Y tomó una decisión: si la situación no daba un giro inesperado, en tres meses -es decir, en mayo de 1930- se suicidaría.

Contra todo pronóstico, ese giro llegó bajo el nombre de Marcus Hirschfeld, quien en 1919 había abierto el Instituto para la Investigación Sexual en Berlín y había acuñado el término transexualismus para designar a quienes sienten que su identidad sexual no concuerda con su sexo y necesitan una transformación física. En realidad, no era ninguna novedad de la época: desde el emperador romano Heliogábalo, del que se dice que quiso transformarse en mujer, hasta Sylvia Rivera, que en junio de 1969 lanzó un tacón contra la policía y desató los disturbios de Stonewall -semilla de la lucha LGTB-, la historia, tozuda, da pruebas de que la transexualidad, más que un error de la naturaleza, quizá forma parte de ella.

Instituto pionero

Pero volvamos a Lili. En aquel instituto -destruido por cierto en 1933 tras el ascenso nazi- se sometió a la operación genital. Enterado del caso, el rey danés le concedió un pasaporte con su nuevo nombre y anuló su matrimonio. Ya separado de Gerda, pasó por unas cuantas operaciones más. Según sus diarios, cuando los doctores le abrieron el abdomen para injertarle los ovarios, vieron con asombro que en realidad ya tenía estos órganos, aunque pequeños y atrofiados, por lo que quizá fuera intersexual.

Por aquel entonces, el ánimo de Lili oscilaba entre una alegría asombrada ante su nueva vida y los arrebatos de desesperación que la invadían cuando temía que, en realidad, jamás sería aceptada. Había perdido amigos, vendido sus cuadros por 5.000 coronas para costearse las intervenciones y se negaba a atender una petición de matrimonio del  marchante Claude Lejeune hasta saber que podía ser madre. Como cabía esperar, el trasplante de útero fracasó y Lili murió en septiembre de 1931 sin sospechar que, 85 años más tarde, el cine convertiría aquella necrológica que tanto se empeñó en escribir en un espectacular desagravio para su (triste) su historia.

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