Rosenberg. La mente nazi

Se publican los diarios inéditos del ideólogo de la solución final y uno de los responsables del exterminio judío

Rosenberg (centro), en la Kiev ocupada, en 1942, con cargos nazis.

Rosenberg (centro), en la Kiev ocupada, en 1942, con cargos nazis.

ANNA ABELLA / BARCELONA

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Durante los juicios de Núremberg, en 1945 y 1946, antes de ser condenado a muerte junto a otros jerarcas del Tercer Reich por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra y ejecutado en la horca, Alfred Rosenberg hizo constar en acta que «la idea de la destrucción física de eslavos y judíos, esto es, del genocidio propiamente hablando (...) nunca se le había pasado por la cabeza» y menos aún la había «propagado de alguna manera». Nada más alejado de la realidad. Hitler le llamaba «guardián del Este» y, no sin cierta ironía, «padre de la Iglesia del nacionalsocialismo». Fue el gran ideólogo del nazismo y en sus discursos y escritos proclamó la necesidad del «exterminio biológico de todo el pueblo judío», convirtiéndose en uno de los artífices de la llamada solución final. «Difícilmente hallaremos otro líder del nacionalsocialismo que merezca sin reservas el calificativo de criminal por convicción como Rosenberg, pues creyó hasta el final en lo que predicaba», opinan los historiadores alemanes Jürgen Matthäus y Frank Bajohr, que se han encargado de la completísima edición, publicada por Crítica, de los diarios, mayoritariamente inéditos, que escribió entre 1934 y 1944 el hombre que, según su biógrafo, Ernst Piper, hizo gala de un «antisemitismo francamente monomaníaco».

También ferviente antivolchevique y anticatólico, sus anotaciones revelan, según Matthäus y Bajohr, «una notoria falta de empatía junto con un sorprendente desinterés por las inhumanas y criminales consecuencias» de sus actos y asombra el «silencio casi total» en las 460 páginas del diario sobre las «medidas exterminadoras» y el Holocausto, reflexiones e ideas que Rosenberg sí reflejó en documentos, discursos y artículos que los historiadores incluyen en el volumen junto a una extensa y contextualizadora introducción.

Los diarios se publican ahora por primera vez íntegros desde el 2013, cuando fueron legados al Museo Memorial del Holocausto de EEUU. Habían servido como prueba en los juicios de Núremberg y fue entonces cuando un miembro de la acusación, Robert M.W. Kempner, decidió custodiarlos apropiándose de ellos y llevándoselos a su casa, donde permanecieron hasta su muerte, en 1993. Tras una década durante la que probablemente se perdió una parte y otra fue sustraída y vendida por un chamarilero pudo recuperarse el grueso de los manuscritos que son, junto con los del ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, los únicos diarios personales conservados de altos jerarcas nazis.

«FOCO DE PUS»

Escritos sin la voluntad de que algún día vieran la luz pública, muestran a un Rosenberg ambicioso, presuntuoso, desconfiado y envidioso, que hace gala de autocompasión y elude las referencias a familia o amigos pero en cambio sí detalla su rivalidad con el resto de jerifaltes alemanes, que no veían con muy buenos ojos su autofama de ideólogo. No se corta por ejemplo en calificar de «foco de pus» a Goebbels, con quien hubo mutua animadversión y sobre el que anota toda observación despectiva oída en los círculos del partido, o en tildar a Ribbentrop, ministro de Exteriores, de «tipo realmente idiota» y arrogante.

Rosenberg, nacido en Estonia en 1893, estudió Arquitectura y emigró a Alemania en 1918. Ya desde los inicios, cuando mantuvo el partido a flote durante la encarcelación de Hitler por el putsch de Múnich de 1923, y hasta su muerte, guardó lealtad a su líder, quien se inspiró en el antisemitismo del primer libro de su acólito, La huella del judío a lo largo de la historia (1920) para Mi lucha. Rosenberg dependía servilmente de Hitler y le mostraba auténtica devoción hasta el pundo de tomar «detallada nota de cualquier pequeña muestra de su favor, como apretones de mano, palmadas en el hombro y palabras de aliento». Así, el 14 de mayo de1934, escribía: «El Führer me agradeció mi trabajo estrechándome varias veces la mano»; o, en abril de 1940: «Cuando le di mis regalos al Führer -una gran cabeza de porcelana de Federico el Grande, entre otras cosas-, se le saltaron las lágrimas». Sin embargo, el 26 de octubre de 1944, algo apunta un distanciamiento: «Yo [subrayado] carezco desde hace ocho meses de ninguna posibilidad de entrevistarme personalmente con él».

EL 'BEST-SELLER'

El segundo libro de Rosenberg, El mito del siglo XX, donde aboga por castigar la «profanación de la raza», vendió un millón de ejemplares desde 1933 hasta el final de la guerra y consolidó su fama de ideólogo del partido. Pero estuvo relegado a un segundo plano hasta que dirigió el Comando Reichsleiter, que orquestó el robo y expolio de obras de arte a judíos para aprovisionar a Hitler, Göring y los museos del Reich, y hasta que Hitler le nombró, en 1941, ministro para los inmensos Territorios Ocupados del Este (del Báltico al Caspio). Allí, principal escenario de la solución final, promovió una política radical de pacificación, germanización y saqueo que, a base de fusilamientos masivos, asesinó a millones de civiles.

FRANCO Y ESPAÑA

 Rosenberg reflexiona sobre la guerra civil en España. «Una España aliada de Alemania significaría, a ojos de París, el desgarro de un flanco que siempre ha considerado seguro (...) -escribe en septiembre de 1936-. Los franceses y los ingleses harán todo cuanto esté en sus manos para, al menos, convertir a Catalunya en un estado de contención». Y se preocupa porque «Franco no quiere saber nada de antisemitismo». «No está claro si por respeto a sus judíos marroquís (...) o porque todavía no ha comprendido que el judaísmo se está vengando de Isabel y Fernando», anotó quien presumía de entender la política mundial.

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