Frente al bastón de Mengele
Dos novedades de la 'rentrée' reúnen testimonios de jóvenes deportadas a Auschwitz
Marceline Loridan-Ivens tiene hoy 86 años y ha tardado toda su vida en ser capaz de escribir, cual carta abierta a su padre, Y tú no regresaste Y tú no regresaste(que publica Salamandra el próximo miércoles). Él murió en Auschwitz. A ella le faltó poco. Tenía 15 años y fue detenida, como él, por ser judía y formar parte de la Resistencia francesa. En Auschwitz pasó más de una vez «ante el bastón de Mengele» con el que el temible médico de las SS decidía quién era enviado a las cámaras y quién seguía con vida.
En el campo pudo abrazarse por última vez a su padre, aunque le costó una paliza, cuando el destino quiso que las respectivas filas de presos en las que se desplazaban para ir a trabajar se cruzaran. Luego fue trasladada al campo de Bergen-Belsen: «No más gas. No más aquellas fauces abiertas donde podían arrojarnos de un momento a otro, a nosotras, las chicas de Birkenau (...). No más chimenea. Ni crematorio. Ni el hedor de los cuerpos que ardían. Por eso yo cantaba mientras tiritaba en la tienda plantada bajo la nieve. Tan solo había la barbarie común, el hambre, los golpes, la enfermedad, el frío».
Tras la guerra, Loridan-Ivens sufrió la incomprensión de quienes no habían sido deportados, como su madre, que solo le preguntó si la habían violado. En el campo, hizo lo posible por mantenerse viva, pero, después, admite, intentó suicidarse dos veces. La culpa del superviviente.
El rastro perdido de una niña
No es la única novedad de esta rentrée con un relato directo de una víctima de Auschwitz. El diario de Rywka (recién publicado por Nube de Tinta y Empúries) viene a engrosar la larga lista de testimonios, mayoritariamente de niños y adolescentes, deportados a los campos nazis que han sido recuperados décadas después de la liberación, de la que este año se conmemoran 70 años.
Rywka Lipszyc, de familia judía, empezó su diario íntimo cuando tenía 14 años y llevaba ya tres años encerrada en el gueto de Lodz, en la Polonia ocupada. Vio allí morir a su padre de una paliza de los alemanes, a su madre, de extenuación y desnutrición y a sus cuatro hermanos. La joven fue deportada a mediados de 1944 a Auschwitz-Birkenau y luego a Gross-Rosen, sobreviviendo a la marcha de la muerte hacia Bergen Belsen y siendo liberada en abril de 1945 por las tropas aliadas. «Me he preguntado muchas veces si vale la pena vivir. Afortunadamente sé que, pese a todo, vale la pena», escribía en marzo de 1944. Un mes después sus anotaciones se terminan abruptamente. El rastro de Rywka Lipszyc se perdió en un hospital de Niendorf al que fue evacuada por el lamentable estado en que se encontraba.
Su diario –112 páginas– fue recogido en la primavera de 1945 cerca de los hornos crematorios de Auschwitz por una médico del Ejército Rojo que lo conservó hasta su muerte, en 1983. Fue su nieta quien tras llevarlo en 1991 a Estados Unidos buscó cómo darle difusión.
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