La 72ª edición del Festival de Venecia

'Everest', desastre cumbre en la Mostra

El filme inaugural, un drama alpino de Baltasar Kormakur basado en hechos reales, causa una pobre impresión

De izquierda a derecha, John Hawkes, Jason Clarke, Emily Watson, Josh Brolin, Baltasar Kormákur y Jake Gyllenhaal, en Venecia.

De izquierda a derecha, John Hawkes, Jason Clarke, Emily Watson, Josh Brolin, Baltasar Kormákur y Jake Gyllenhaal, en Venecia.

NANDO SALVÀ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuando el director islandés Baltasar Kormákur recibió la noticia de que su nueva película, Everest, iba a ser encargada de inaugurar la Mostra de Venecia Everest, debió de frotarse las manos. Es fácil imaginárselo al teléfono, tratando de aparentar serenidad mientras daba saltitos con un puño en alto alrededor del salón de casa. Después de todo, tanto Alfonso Cuarón --que gozó de ese privilegio en el 2013 con Gravity- como Alejandro González Iñárritu -que lo hizo en el 2014 con Birdman- acabaron llevándose meses después el Oscar a la mejor dirección. Sin embargo, visto lo visto ayer, Kormákur puede ir olvidándose del asunto.

A decir verdad, tiene sentido que los responsables del certamen consideraran la película una elección idónea. Sobre el papel es el mismo tipo de historia de supervivencia ante adversidades inimaginables que, precisamente, Gravity:en concreto recrea los acontecimientos sucedidos en la cima del mundo en mayo de 1996, durante los que ocho personas murieron en sus intentos de coronar la cima. Además cuenta con un reparto trufado de estrellas de eficacia probada como Jake Gyllenhaal, Josh Brolin y Keira Knightley, y venía precedida de un plus de notoriedad debido a los publicitados problemas de su durísimo rodaje. Ayer, tras la proyección matutina de la película, Kormákur recordó esas dificultades. «Hice sufrir mucho a mis actores pero no herirse. Cuanto más se tira de la realidad, más se transmite», afirmó. No mencionó la muerte de 16 guías sherpa a causa de una avalancha hace ahora año y medio, durante la filmación de algunas escenas.

Aficionados al alpinismo

Es importante recordar que varias de las víctimas no eran alpinistas profesionales, sino aficionados que habían pagado para formar parte de una expedición organizada con fines comerciales. Y durante su prometedor arranque, en el que la falda del Everest es retratada como algo tan concurrido y festivo como una terraza a pie de pistas de Soldeu El Tarter, la película parece dispuesta a convertir ese dato en su razón de ser. A meditar sobre un proceso de comercialización en virtud del cual una experiencia de vida o muerte llegó a convertirse en una atracción turística, y sobre lo arrogante que es el hombre al creer que puede tomarse a broma las dinámicas más violentas de la naturaleza. Al menos, claro está, hasta que eso se pierde entre panorámicas aéreas de las montañas nepalíes -imponentes al principio, cansinas después-, y todo cuanto queda es un relato previsible sobre héroes y mártires que se pelan de frío.

Persoanjes como clichés

No es solo eso lo que convierte EverestA menudo es resulta francamente difícil seguir el hilo y saber qué le pasa a quién; en parte, porque Kormákur es muy patoso ubicando a los personajes en el espacio de las escenas, y en parte porque cuando la cara de todos ellos está tapada por gafas de sol, capucha y pegotes de nieve, y sus psicologías resumidas en un par de clichés, es difícil distinguirlos entre sí.

«Teníamos una responsabilidad enorme al recrear unos sucesos y unos personajes que realmente existieron», reconocía ayer Gyllenhaal. ¿No habría sido conveniente dotarlos entonces de cierta personalidad? Y, en el peor de los casos,¿no podría la falta de dimensión humana haberse compensado al menos con una tormenta de nieve que saliera de la pantalla para aplastarnos la cabeza y justificara así el uso del 3D, con un espectáculo visual como Dios y toda superproducción que se precie mandan?