dos divos de la ópera en la prestigiosa cita austriaca

Resistencia y psicoanálisis

Bartoli ('Norma') y Kaufmann ('Fidelio') triunfan en el festival de Salzburgo

Jonas Kaufmann, en su papel de Florestán, y Adriana Pieczonka, en un ensayo de 'Fidelio'. En la silueta, Cecilia Bartoli.

Jonas Kaufmann, en su papel de Florestán, y Adriana Pieczonka, en un ensayo de 'Fidelio'. En la silueta, Cecilia Bartoli.

ROSA MASSAGUÉ / SALZBURGO

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¿Quién puede presentar simultáneamente a las más grandes estrellas del firmamento operístico, a las que más discos venden cuando la clásica ya casi no vende? Solo hay una respuesta, y es el Festival de Salzburgo. Cecilia Bartoli interpreta Norma, de Bellini. Jonas Kaufmann, Fidelio, de Beethoven.

La italiana recupera la Norma presentada en el 2013 en el Festival de Pentecostés, que dirige. Su estreno no fue exento de polémica. Extrañamente, el motivo no era la puesta en escena sino una cuestión estrictamente musicológica.

El de Norma es un papel para soprano. Son históricas las grabaciones de Maria Callas o Montserrat Caballé. Bartoli es mesosoprano. Una nueva edición crítica de la partitura autógrafa de Bellini interpretada aquí por una orquesta, La Scintilla que dirige Giovanni Antonini con instrumentos de época justifica sobre el papel esta versión de la ópera sobre galos revoltosos contra invasores romanos.

Interpretada en el teatro más pequeño de los tres de que dispone el festival, el Haus für Mozart, lo que canta Bartoli suena raro, muy raro, pero es espectacular. Lo es por su técnica capaz de sortear las habilidades más peligrosas y lo es también por la carga dramática que impone a su personaje.

'CASTA DIVA' / Por ejemplo, una de las arias más célebres de toda la historia, Casta diva, adquiere una nueva dimensión. Norma no se dirige a la diosa de la Luna como la gran sacerdotisa druida que es, sino que lo hace como una mujer que sufre por el amor traicionado, por su propia traición a su pueblo, pero sobre todo como madre, y todo este sufrimiento lo interpreta desde la máxima intimidad, sin aparente centralidad, sentada ante una mesa situada a un lado del escenario.

La puesta en escena firmada por Moshe Leiser y Patrice Caurier ayuda a esta creíble introspección. Aquí no hay galos ni romanos. Hay franceses de la resistencia y ocupantes nazis aunque no intenta explicar lo que ocurrió en Francia en 1942. No aparece ni una esvástica. Sirve de marco para comprender el drama y dar un toque de realismo a una historia que parece siempre de cartón-piedra.

En un decorado casi neorrealista, Norma-Bartoli tiene algo de la fuerza de Anna Magnani. Acompañan a la mesosoprano la joven Rebeca Olvera como Adalgisa, con una voz y una interpretación fresca e inocente. El tenor John Osborne, como el procónsul romano Pollione, canta con gran elegancia, lo mismo que el bajo Michele Pertusi como Oroveso, padre de Norma. A Bartoli le ha gustado siempre arriesgar. Con Norma arriesga y gana.

EN EL DIVÁN / La otra gran producción de este principio de festival es Fidelio, y es otra cosa. Aquí hay mucho Freud, tanto que el alegato que hace Beethoven contra la tiranía y el canto a la fidelidad encarnada en la mujer de Florestán que se hace pasar por hombre, por Fidelio, para rescatar al marido, se convierte, en la puesta en escena de Claus Guth, en una especie de psicoanálisis sobre la cárcel interior que todos llevaríamos dentro.

La puesta en escena es rompedora en el sentido más literal del término, porque rompe el ritmo musical. Guth ha eliminado las partes habladas que hay en la ópera. En su lugar, se oyen ruidos industriales y respiraciones amplificadas que acompañan el movimiento de una gran caja negra en medio de un escenario claustrofóbico blanco. En esta visión psicoanalítica hay un hermoso juego de sombras de los personajes proyectadas en las paredes. Habrá mucho subconsciente en este Fidelio, pero seguro que hay poca alma.

Kaufmann, en su breve papel de Florestán, se zambulle en esta visión del diván freudiano hasta morir según la versión de Guth. Adrianna Pieczonka es Fidelio. Franz Welser-Möst dirige la Filarmónica de Viena con gran éxito, pero hay un desajuste entre el foso (muy elevado) y las voces. El director impone unas dinámicas muy contrastadas, hay pocos matices y un volumen de sonido atronador a veces. Quizá la explicación del desajuste esté en unas palabras suyas en el programa de mano: «A Beethoven no le interesa penetrar en la mente de sus personajes».

En este festival estelar, ayer subían al escenario Ana Netrebko y Plácido Domingo para la reposición de Il Trovatore, de Verdi, y el 19 lo hará Rolando Villazón con Iphigénie en Tauride de Gluck.

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